San Tranquilino Ubiarco, modelo para los Sacerdotes
Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara
El Padre Tranquilino Ubiarco Robles fue un Santo Mártir que hizo honor a su nombre, porque siempre fue tranquilo y muy sereno, aun ante la muerte. Incluso deseó y pidió constantemente la Gracia del Martirio, y le fue concedida como una señal de predilección de parte de Dios y un premio a su Fe y su amor a Jesucristo.
Trayecto difícil
Nació el 8 de julio de 1899 en Zapotlán el Grande, en el seno de una familia humilde. Quedó huérfano de padre, y conoció desde niño la pobreza y el trabajo, ayudando a su madre a sostener la familia, compuesta de ella y cuatro hijos. Apoyado por su Párroco, el Siervo de Dios don Silviano Carrillo, y por el Rector del Seminario, ingresó al Seminario Auxiliar de Zapotlán, que luego sería clausurado por los carrancistas.
Así, el joven Tranquilino volvió a su casa a seguir ayudando a su madre en el trabajo, aunque tuvo la buena suerte de que un generoso Sacerdote, el Padre Ochoa, le diera clases en lo particular para seguir formándose. Estuvo luego en el Seminario de Culiacán y, a la muerte del Obispo, Silviano Carrillo, su protector, vino al Seminario de Guadalajara. Aquí recibió la Ordenación Sacerdotal en 1923. Como Vicario en Moyahua, Juchipila y Lagos de Moreno, sucesivamente, dedicó especial atención a los niños y a los obreros, enseñándoles el Catecismo y la Doctrina Social de la Iglesia.
En 1927 se le propuso hacerse cargo de la Parroquia de Tepatitlán, que estaba sola porque los Sacerdotes habían huído; era un destino peligroso, ya que esta población estaba en el ojo del huracán; había en la región muchos cristeros alzados en armas para reclamar el sagrado derecho a la libertad religiosa, pero abundaban también los soldados enviados por el Gobierno para reprimirlos. A quienes le aconsejaban que no aceptara ese nombramiento, el Padre Tranquilino les contestaba: “Desde el día que me ordené Sacerdote le pedí a Dios Nuestro Señor la Gracia del Martirio”.
La reconcentración fue una medida estratégica y sumamente cruel del Gobierno, que obligó a los habitantes de poblados y rancherías a concentrase en las urbes, dejando casas, campos, siembras y animales para ir a refugiarse a las ciudades y aumentar así la miseria que ya existía después de dos años de guerra. El Padre Ubiarco buscó remediar en lo posible el hambre de aquellas pobres gentes y organizó comedores populares y toda clase de ayuda para los menesterosos. Disfrazado de campesino, de obrero o de arriero, atendía espiritualmente a los feligreses en la clandestinidad.
Venturosos presagios
Durante un Retiro Espiritual para niñas, El 9 de marzo de 1928, dijo: “Quiero que la primera cosa que le pidan a Nuestro Señor, que está expuesto, sea que no pase esta persecución sin que yo dé mi vida por Jesucristo”.
Tres días antes de su muerte, el 2 de octubre, vino a Guadalajara, visitó en el Hospital de La Trinidad a su amigo el Padre José Pilar Flores, se confesó con él, y al referirle a él y a las Religiosas que un niño de 12 años había sido sacrificado por los soldados porque gritó “¡Viva Cristo Rey!”, el Padre Tranquilino exclamó: “¡Qué vergüenza!, hasta los niños están prontos a sacrificar su vida por Dios, y uno, lejos del deber. Ya me voy a mi Parroquia a ver qué puedo hacer, y si me toca morir por Dios, ¡Bendito sea!”.
El 4 de octubre, por la noche, fue a un domicilio particular en el centro de la población para celebrar al día siguiente el matrimonio de un hermano de la dueña, y como a Cristo, ahí fueron por él los esbirros, lo tomaron preso (porque también hubo un Judas que lo delató), lo llevaron a la cárcel, donde rezó el Rosario con los presos y los confesó, pues casi todos eran cristianos buenos, víctimas de la persecución religiosa.
Muy de madrugada, el 5 de octubre de 1928 lo condujeron a la Alameda, a la entrada de la población, para ahorcarlo en el eucalipto número 19, al lado Poniente. Antes, bendijo la soga, dio su reloj al jefe del pelotón, y a los verdugos, que le dijeron burlándose: “Ahora vas a morir aquí muy colgadito”, él les respondió: “Yo muero, sí, pero Cristo Rey, de quien soy ministro, no muere. Él sigue viviendo y ustedes mismos lo verán un día”. A un joven soldado de apellido Vargas, que se negó a tirar de la soga, le dijo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, y ese mismo día por la tarde, el soldado fue fusilado en el panteón por haberse negado a acatar una orden inicua.
Tenía 29 años de edad y cinco de Sacerdote; fue uno de los elegidos de Dios que en la persecución religiosa cortó, para adornar el Cielo, las flores más hermosas del jardín de la Iglesia en México. Fue canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000, con el grupo de los 25 Mártires de Cristo Rey. Tenemos en él un poderoso intercesor en el Cielo. Y todos, pero en particular los Sacerdotes, un ejemplo luminoso a seguir.
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