jueves, 4 de diciembre de 2014

EDITORIAL

Consumismo y falsa esperanza


En las camisetas que muchos llevan puestas como escaparate de publicidad, aparecen frases de todo tipo; algunas ingeniosas, también atrevidas, y otras desconcertantes que encierran verdades, no siempre agradables pero sí siempre punzantes. Antaño se decía que “la verdad no peca, pero incomoda”. Ojalá nos incomodáramos más seguido con tantas verdades que despreciamos día a día.

Recién leí una de esas leyendas que señalan verdades que molestan de ida y vuelta, y que anotaba: “Tus derrotas son reflejo del México fallido”. Si la hubieran escrito en sentido positivo: “Tus triunfos son reflejo de la grandeza de México”, habría resultado una cartelera pública de la vanidad. Con todo, un hecho incontrovertible es que estos últimos días del año debieran ser la oportunidad de mirar dentro de la conciencia y aprender a ser realistas en diversas tareas que nos corresponden como seres humanos y también como cristianos.

La industria de la publicidad tiene como regla engañar con medias verdades y exaltar en grado superlativo productos de dudosa calidad. Esto se exacerba en la temporada de las fiestas decembrinas, en que se ofrece la “felicidad” de adquirir todo lo posible para todos los que sean capaces de comprarla, y que, obviamente, deja al margen a los incapaces de hacerlo. Ciertamente, esto pasa en todas las latitudes del orbe; sin embargo aquí se acentúa la vileza en el claroscuro de los privilegios de unos cuantos, frente a las carencias de una inmensa mayoría.

Con todo, el Adviento nos invita a otra Esperanza: “Alguien llega” para hacerse solidario con todos. Debiera esto, bien entendido y aplicado, remediar las fragilidades de la Sociedad; debiera ser oportunidad para tocar fondo en ciertas falacias sociales que vivimos, aun dentro de la familia. El “tener” es una fuerza tan atractiva, que puede suplantar toda conciencia del ser, y a la postre, desbarrancarnos en la desesperanza.

La Esperanza como virtud, se ve acotada por el supuesto bienestar surgido del insaciable afán de poseer cosas. La literatura bíblica de estos días que preceden a la Navidad, en el corazón del Adviento, puede ayudarnos a tomar conciencia en la búsqueda de otras dimensiones de conducta que transformen el interior de las personas. La reflexión cristiana motiva a dar espacio a las alegrías perennes más allá de la efímera satisfacción e inmediato deterioro de los objetos materiales.

El Mal y el Bien se entretejen día a día, lo cual no es novedad. Si acaso, lo es el exacerbamiento y la desvergüenza que presume. Hay una relación maquiavélica e insultante entre economía mal distribuida, descontento generalizado, narcotráfico y crímenes de toda índole. Hay críticas que arremeten contra el Gobierno en turno, por la permisividad a ciertos funcionarios públicos en sus conexiones y ganancias mal habidas, o también, por sus “legales” salarios estratosféricos, a cambio de casi nulo esfuerzo y trabajo.

Pero el consumismo, como despilfarro, no es la clave del bienestar ni el signo más eficaz para sentirnos realizados como seres humanos. Este tiempo de Adviento, como preparación de la Navidad, nos trae, a los que profesamos la Fe de Cristo, el recuerdo de Alguien que vino a enriquecernos con su pobreza desde un pesebre anónimo, desde donde sigue invitándonos a aprender a ser solidarios.

Quien vive esclavizado por la tiranía del consumismo y el despilfarro, incluso con endeudamientos, se sume en la inconsciencia o al menos en la abulia para liberarse de ser compasivo con los que poco o nada tienen. En una economía de exclusión, afirma el Papa Francisco, “debe brotar de nuestra Fe en Cristo hecho pobre y siempre cercano a nosotros, la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados en nuestra Sociedad”. Por eso la Liturgia del Adviento nos invita a rezar, pidiendo “poner nuestro apoyo en las cosas que duran para siempre”.


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