Lupita:
Llevo viviendo con mi pareja 27 años. No ha sido un esposo ejemplar. Nunca había querido casarse conmigo, pero ahora que ya me dieron mi pensión, me está pidiendo matrimonio. Me dijo así: “Aquí, frente a nuestros hijos, quiero darte este anillo de compromiso para que te cases conmigo por las dos Leyes y que sigamos unidos hasta la muerte”. Y yo, frente a ellos, también le dije: “Pues yo te lo regreso porque lo que yo creo es que quieres que te dé mi pensión”. Estamos distanciados, y no sé si hice bien.
¿Tú crees que es justo que yo le tenga que compartir el fruto de mi trabajo? Él ha sido majadero conmigo durante muchos años.
Esmeralda.
Querida Esme:
Estás frente a una gran oportunidad de hacer la Voluntad de Dios; no la desperdicies por valores materiales. ¿Recuerdas aquella historia bíblica que narra cómo un hermano cambia su primogenitura por un plato de lentejas? (Gén. 25, 27-34).
Esaú, hijo de Rebeca e Isaac, era el primogénito y merecía por ello muchísimas concesiones; pero un día, cansado y con hambre, cambió sus derechos por un plato de lentejas que su hermano Jacob cocinaba. Cambió lo que más vale por lo que vale menos. El bien inmediato resultaba atractivo en ese momento y tiró por la borda su gran tesoro.
Nosotros somos cuerpo y alma. El cuerpo caduca y muere, pero el alma es eterna. Lo que nos llevaremos a nuestra morada definitiva no es lo que acumulamos aquí, sino lo que damos.
San Juan de la Cruz lo expresa elocuentemente: “Al final de la vida, seremos examinados en el amor”.
Santa Teresa, la Grande, decía esta frase, que puede ser motivación poderosa en tu vida: “Yo elijo todo lo que Dios quiere para mí”.
Y Dios nos pide amar, perdonar, servir, ¡crecer en santidad!
Quizás eso no suene bien en este mundo inmanente, consumista y materialista… Pero, aunque vivimos en este mundo, no pertenecemos a él. Somos criaturas eternas.
¿Vas a despreciar el Sacramento del Matrimonio por una pensión?
Estás asegurando que conoces las intenciones de tu esposo, pero eso es temerario, ya que sólo Dios las conoce en plenitud. Existe la posibilidad de que él quiera rectificar su camino y hacer las cosas correctamente a los ojos de Dios; sin embargo, aun si no fuera así, aun en el caso de que él buscase un beneficio económico, ¿qué te cuesta compartir el resto de tu vida a su lado, amándolo como ha planeado nuestro Creador para la pareja humana?
Si los matrimonios no funcionan es porque, bajo la mirada mundana (sin noción de lo que Dios nos pide) decimos: “Yo sólo haré cosas buenas para quien ha hecho cosas buenas por mí. Devuelvo Bien por Bien y Mal por Mal”.
Y Jesucristo, verdadero Dios, nos dice:
“Pero yo les digo a ustedes que me escuchan, amen a sus enemigos. Hagan el Bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen y oren por los que los maltratan” (Lc. 6, 27-28).
Nada puede ayudarnos más en nuestros problemas que unir nuestra voluntad a la Voluntad de Dios.
Acude ante el Santísimo Sacramento y pídele luz, sabiduría y caridad. Después, humilde y tierna, como María Santísima, acércate a tu esposo y dile que lo amas, que quieres ese anillo en tu mano, ¡y a Cristo en tu matrimonio!
Lupita Venegas Leiva/Psicóloga
Face: lupitavenegasoficial
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