lunes, 29 de diciembre de 2014

Proceso del Sexto Plan Diocesano

Comentando las Líneas de Acción


Catedral llena DGR


P. Fray Jorge Luna, O.F.M.

Vicaría de Pastoral


Línea 1:

Propiciar el encuentro con Cristo vivo en todas las instancias y tareas pastorales
En la Iglesia, toda estructura requiere de un espíritu, de un alma que la inspire y anime. De no estar animada por un espíritu, cualquier estructura pierde su sentido y le sucede lo mismo que a algunos edificios inútiles; es decir, se convierte en un “elefante blanco”. Si bien es cierto que puede ser expresión de la vida de una comunidad eclesial, un Plan Diocesano es también una estructura de organización y servicio. Pero, “sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico…cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo”, de ahí la importancia de un espíritu, de una mística que anime nuestro Plan Diocesano (EG, 26).

¿De qué espíritu se trata? ¿De qué mística podemos hablar? Sin duda, de aquella que ya se encuentra en el Objetivo General y en las Líneas de Acción, y que espera a ser descubierta. Incluso, si el proceso del Plan Diocesano sigue en curso, reconozcamos que hemos alcanzado las Líneas de Acción gracias a un importante ejercicio de participación. En cuanto resultado de una gran diversidad de puntos de vista compartidos y dialogados en Parroquias, Comunidades, Decanatos y Asambleas Diocesanas, dichas Líneas son ya un claro signo de comunión, y en ese sentido son también un efectivo signo de encuentro.

Podemos imaginar este proceso como el encuentro de múltiples y diversos granos de trigo que, en el molino de la oración, la reflexión y el discernimiento, ofrecen a la Iglesia Diocesana un pan que le siga dando vida, un pan para ofrecer en la Eucaristía de cada Comunidad local.


Facilidades para el avenimiento
La primera Línea de Acción nos habla de propiciar el encuentro con Cristo vivo. Propiciar significa atraer, ganarse el favor de alguien; propiciar es favorecer, facilitar. Esta “dinámica propiciadora” aparece en el Evangelio de Juan; ahí, donde Andrés y el otro discípulo se encuentran con Jesús por mediación de la palabra de Juan el Bautista. A su vez, por medio de Andrés, su hermano Simón se encuentra con Jesús, y será gracias a Felipe como Natanael se encontrará con el Maestro (Cfr. Jn 1, 35-49). Nuestras instancias y tareas pastorales tendrán que ser inspiradas, motivadas y orientadas por esta misma dinámica que propicia el encuentro.

Recuperemos también la riqueza del tema y de la experiencia del encuentro. Si reflexionamos un poco, veremos que nuestra vida personal y comunitaria está tejida de encuentros. Lo que soy ahora, no lo sería sin los encuentros vividos a lo largo de mi historia; asimismo, cada Comunidad es la que es, por los encuentros que han venido esculpiendo su peculiar identidad.

Para quien se ha encontrado con Jesús de Nazareth, el encuentro con el Señor ha modificado seguramente su forma de entenderse a sí mismo y a los demás. Este encuentro, además, ha podido ir purificando, y es lo deseable, su manera de comprender al Dios que el mismo Cristo Jesús nos revela. Para decirlo en una palabra: El encuentro con Cristo es transformador.

Ahora bien, todo encuentro se realiza a través de mediaciones, como vimos evocando el Evangelio de Juan. Comprendemos, así, algo de lo que nuestra Primera Línea de Acción desea comunicarnos; esto es: si cada instancia y cada tarea pastoral necesita ser pensada y actuada en vistas a propiciar el encuentro con Cristo, entonces tendrán que ser mediación del encuentro con Él y, por consiguiente, estarán marcadas por un carácter transformador de nuestro propio corazón y nuestro entorno social y eclesial.

Así pues, cada instancia pastoral, a comenzar por la persona de cada uno de los agentes, tendría que entrar en el proceso de convertirse en “lugar” de encuentro con Cristo Jesús. Resulta entonces indispensable cultivar el encuentro personal y comunitario con el Señor, porque un encuentro no es un momento puntual que se ha quedado en el pasado, sino una relación que se va construyendo día con día; un proceso donde el amor busca cada vez mayor profundidad.

Y es que, a propósito de la Evangelización, “sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido. Entonces nos debilitamos por las dificultades y el cansancio, y nuestro fervor termina por extinguirse” (Cfr. EG, 262). El Proceso de nuestro Plan Diocesano es una ocasión favorable para revisar en qué medida nuestra práctica estará animada por esta dinámica propiciadora del encuentro transformador con Cristo Jesús.


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