P. Octavio Ortiz | Fuente: Catholic.net
La imagen del “desierto” aparece en la Primera Lectura y en el Evangelio, y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Segundo Domingo de Adviento.
En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: “Preparad en el desierto un camino al Señor” (1L). En el Evangelio, la voz que así grita es la de Juan Bautista, el Precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el “desierto” el hombre habrá de prepararse para la grande Venida, última, del Señor, en la que “esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la Justicia” (2L).
El “desierto” florece.
En el ambiente sereno y silencioso del “desierto” nos vamos empapando de la Verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es Nuestro Rey que viene con Poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es Nuestro Señor que trae consigo su salario de Vida y Salvación eternas; Dios es Nuestro Pastor que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (1L).
En el “desierto” conoceremos que el Día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el “desierto” sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el “desierto” veremos con claridad que la espera de la Venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa; es decir, al cumplimiento perfecto de la Voluntad Santísima de Dios (2L).
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