lunes, 29 de diciembre de 2014

Viejos, los cerros…

A propósito del año viejo


Cien años


Luis de la Torre Ruiz

México, D.F.


Y todavía reverdecen en cada Primavera… ¿Quién escogió ser viejo? ¡Para nada! En general, sólo los Héroes y los Santos mueren jóvenes. Los demás, la inmensa mayoría de la Humanidad, tiene que vérselas con la vejez. A unos les espera, ciertamente, una vejez feliz, rodeados de atenciones y satisfechos por habérseles dado todo en abundancia; a otros muchos más, la ancianidad los sorprende con todas las variantes de la decepción: achaques, soledad, miseria; el vacío, la inutilidad, las ganas de precipitar el fin o de aferrarse a la vida sin un más Allá. Y en ese estado se dan todas las emociones, las reflexiones y las preguntas del quién soy, de dónde vengo y a dónde voy.


Calendarios acumulados

La senectud es el estado más consciente de la vida y la muerte. Hay plena conciencia de que la vida es un sueño. ¿En dónde quedó lo vivido y lo bailado? “Los infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?”, como dijera el poeta Manrique. La vejez es la evidencia de que esto se va a acabar. Y no tarda. Cuando uno rebasa los ochenta, siente que está viviendo horas extra. El pasado se vuelve sueño, el presente es tan sólo un vientecillo que pasa, y el futuro apenas son veinticuatro horas diarias en una interminable sala de espera. La nostalgia es parte de la existencia, y a partir de ella, reacomodamos el presente. La vejez es el final de un largo viaje del día hacia la noche, que dramatizara O´Neill.

Mi correo electrónico es: luis.delatorre60@yahoo.com.mx. Lo del 60 se refiere a los años en que me quedé. Cuando el mundo era mío y en él yo reinaba. ¿A qué horas pasaron como de noche estos veintidós últimos años? Como dice Ernesto Sábato: “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”. Y la vejez es para eso, para percatarnos, definitivamente, de que hay que morirse. Y que la vida, a pesar de su misterio y de lo que hay en ella de incomprensible y muchas veces doloroso, es uno de los regalos más hermosos que se le han dado al ser humano.

La vejez es la pérdida de la relación pasional con el mundo. Es decir, que yo centro mi universo en mí mismo. Que nada de lo humano me es ajeno, pero ya no me interesa porque ya nada puedo hacer por la Humanidad, como lo pensaba idealistamente en plena energía. Ahora, tomando un café, leyendo “El País”, escucho la risa de los jóvenes, el cotorreo dominante de las féminas con botas, los movimientos financieros de ejecutivos y comerciantes, o el niño desarrapado pidiéndome que le compre chicles.


Desde la introspección

…¿Dónde estoy yo? Yo estoy al filo del abismo. Un empujoncito, ¡y a otra cosa, mariposa! Creo, con Simone de Beauvoir, que más que aceptar lo que uno es en el momento, lo que más cuenta es aceptar que todo va a acabarse. Aunque en Simone de Beauvoir el temor a la muerte le mueve el piso, y la experiencia con la muerte de su madre y de su amante la dejan destrozada por el enorme vacío con que contempla su propio fin. ¿Es el vacío post mortem lo que más pesa en la vejez? Así lo parece hasta en las mentes más lúcidas, como en el caso de la feminista o en el mismo Cioran: “Mi razón se tambalea ante todo lo que debe llegar. No es lo que me espera, es la espera en sí; es la inminencia como tal, todo lo que me roe y me espanta. Para hallar un simulacro de paz necesito aferrarme a un tiempo sin mañana, a un tiempo decapitado”.

Entonces es el vacío infinito en el más Allá lo que más angustia la vejez. ¿Qué nos queda frente a eso? La serenidad que proporcionan la Fe y la Esperanza. Los Salmos nos hablan de una vejez que es venturosa en el hombre justo:

“El justo florecerá como la palmera; / Crecerá como cedro en el Líbano. / Plantados en la Casa de Yahvé, / En los atrios de nuestro Dios florecerán. / Aun en la vejez fructificarán; / Estarán vigorosos y verdes / Para anunciar que el Señor, mi fortaleza, es recto, / Y que en Él no hay injusticia”.

Eso es en el hombre justo. ¿Cómo se las arreglará el anciano que no ha sido justo, que cuando menos trae una buena carga de omisiones? Le queda la fe en la Misericordia.

Pero, ¡son tan pocos los ancianos que viven su Fe! Se ve en las Misas diarias de nuestras Parroquias, donde apenas llegan a una decena las viejecitas que asisten a la Eucaristía. Los ancianos no llegan a tres. Si no fuera por esas mujeres beatas, la Celebración se haría sin fieles. Su Fe es elemental y la mantienen encendida como pequeñas lámparas de aceite. La cercanía de la muerte no las inquieta.

Pero, hoy, la Fe está siendo borrada de la vida diaria, distraída por el materialismo, sobre todo en los jóvenes, en los prósperos y presentáneos; en aquellos que parece que tienen el mundo a sus pies y piensan que van a ser eternos. ¿Para qué quieren la Fe? Lo que cuenta es lo contante y lo sonante. ¿Hasta cuándo? Hasta que cada uno empiece a envejecer. Y, ya viejos, ¿encontrarán la cordura y la reflexión? ¿Doblegarán el orgullo del superhombre? ¿Les llegará por algún lado la frase de San Agustín: “Nuestros corazones estarán errantes hasta que descansen en Ti?”


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