jueves, 4 de diciembre de 2014

La maravillosa noticia

Juan López Vergara


Nuestra Madre Iglesia, en este Segundo Domingo de Adviento, ofrece el primerísimo texto del Santo Evangelio según San Marcos, en el que el Bautista anuncia la inminente Buena Nueva de la intervención de Dios en su Hijo: Jesucristo, por lo cual debemos prepararnos con gozo y responsabilidad (Mc 1, 1-8).


El verdadero comienzo

El Evangelista introduce su obra con inspirada genialidad: “Éste es el principio del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios” (v. 1). Marcos evoca las palabras iniciales del Libro de los Orígenes: “En el principio, creó Dios el Cielo y la Tierra. La Tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1, 1-2). Para el Evangelista, “el principio” no entraña únicamente el comienzo de su Libro, sino la noticia de una Nueva Historia, que inicia con la Buena Nueva de Jesucristo.

Por lo tanto, el principio ostenta una esmerada inclusión: La Historia de Jesús, entronizado como Rey mesiánico, iniciador del Reino de Dios; y del Espíritu, artífice de la primera Creación, por quien va a actuar Jesús: “Yo los he bautizado a ustedes con agua -dice Juan–, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo” (v. 8).

La predicación del Bautista lleva la impronta de su propia insuficiencia, su bautismo de agua es temporal, preludio del Bautismo definitivo, el del Espíritu. Con Jesucristo, entonces, inició el verdadero comienzo, que abarca y orienta todo: el Libro entero de Marcos debemos escucharlo como Buena Noticia sobre Jesucristo.


La conversión es parte

de la Buena Nueva

La Venida del Señor estaba anunciada por los Profetas: “He aquí que Yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (vv. 2-3 compárense: Ml 3, 1 e Is 40, 3). Juan predicó un bautismo de metanoia, o sea de conversión, y justamente en el desierto, el lugar de camino de vuelta a Dios (véanse vv. 4-5). ¿Cómo puede el corazón alegrarse con la Venida del Señor si no expulsa el pecado que le pesa (compárese Sal 51, 5)?

Y aquel austero Profeta, auténtico hombre de Dios, con absoluta claridad declaró que la Salvación tiene su última y definitiva palabra en Jesucristo (véanse vv. 6-8).


¡A Despertar!

¿Acaso el Adviento sea el tiempo oportuno de leer piadosamente la Biblia para propiciar un encuentro con Jesucristo (compárese Jn 5, 39); o de enviar una carta, amable y sincera, a esa persona de la que estamos distanciados (compárese Mt 5, 23-24); o de visitar a los enfermos, a los presos, a los desamparados, en quienes Cristo nos muestra su rostro (compárese Mt 25, 34-40)?

La conversión forma parte de la Buena Nueva, pues es nuestra respuesta a la Salvación ofrecida por Dios. Canta el Poeta que “tras el vivir y el soñar, / está lo que más importa: / despertar”. Sí, con gozosa responsabilidad, despertemos a la maravillosa Noticia de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios.


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