lunes, 29 de diciembre de 2014

Rincón Poético

EN LA NAVIDAD DEL SEÑOR


Anduvo el orbe girando

en inquietante silencio,

sin saber nada de nada

ni de Ti ni de tu pueblo.


Pasados los nueve meses

se develó el Misterio.


Abriste tu Nube Pura

y nos mostraste el Portento.

Apareció el Nuevo Sol

brillando en tu Firmamento

para llenarnos de luz

e incendiarnos con su fuego,

cumpliendo la Profecía

del Rey que será un siervo.


Como Arca de la Alianza

custodiaste el Mandamiento…

que se hizo en Ti Una Palabra

de Amor a los cuatro vientos.

Para sellar Nueva Alianza,

guardaste con mucho celo

el Tesoro de Yavhé…

mientras duraba el desierto.


Como Custodia de Oro

nos muestras el Don Eterno,

suspendido entre tus brazos,

aferrándose a tu pecho,

mamando tu sencillez

en tu leche y en tu aliento,

para dársenos a todos

en Bebida y Alimento.


En la entrada de tu Tienda

se mira un Niño pequeño…

que se parece a los dos…

entre pajales y lienzos

llora como un humano,

sonríe como Dios del Cielo.


En el pesebre nos muestras,

con su humilde Nacimiento,

que se ha cumplido con creces

el gracioso ofrecimiento

del Mesías que iba a venir

a iniciar el nuevo tiempo

donde Dios hace presente

la llegada de su Reino.


Me arrodillo ante tu Niño.

Me está mirando, lo veo.

Quiero quedarme contigo.

Aunque yo no lo merezco,

hazme un campito con Él.

Te juro. No lo molesto.


Pbro. Cándido Ojeda Robles.


ROMANCE NAVIDEÑO


Blando balar de corderos

que la noche están rumiando;

cantar dulce de pastores

que velan por sus rebaños;

fuego rojo de una hoguera

que da su amor a los campos,

y el brillo de unas estrellas

por el asombro temblando.


Un lucero portentoso

y unos Ángeles cantando

a los pastores que, absortos,

y embriagados por los cantos,

se quedan mirando al cielo,

siguiendo con su mirada

la luz que mira al pesebre

cubierto con heno blando.


Ya van alegres corriendo

los pastores y el cayado;

pero… esperad, pastorcicos,

que vais mi trigo pisando.

¿Dónde iréis tan presurosos

y con el vestido blanco?


¡Esperad, buenos pastores,

que vais apretando el paso;

no maltratéis más mi trigo,

que estáis mi trigo pisando!


“Ven con nosotros corriendo,

levanta al cielo tus brazos,

que nació junto a Belén

el Niño Dios esperado;

Aquél que nuestros abuelos

nos vienen profetizando”.


Y se alejan los pastores.

Van alegres, y en las manos

llevan dones qué ofrecerle:

muchos corderitos blancos,

leche muy fresca y sabrosa,

queso rico y pan del campo,

y un corazón muy sencillo

con emoción palpitando.


Dejaron en las majadas

ocultos a sus rebaños;

junto al fuego el dulce sueño,

los apriscos impregnados

de olores a paja y heno.

Y se han ido caminando

por los valles y los montes

que está la Luna alumbrando.

Y se pierden tras la loma

los pastores, su cayado,

sus sandalias presurosas

y el corazón sorprendido,

que al Niño Dios va buscando.


“Andar no puedo, pastores

-estoy en vano gritando-.

Enfermo estoy e impedido

de mi orgullo y mi pecado”.


No hacen caso los pastores

y se pierden… van cantando;

han entrado en una cueva

llena de luz y de encanto.

Huele a paja, huele a heno,

y a establo mullido y blando.

Un Niño está en el pesebre

entre pajas dormitando.

Con paso inseguro y lento

los pastores van entrando,

y se postran y le adoran

y le entregan sus regalos.


Con su mirada amorosa

están en Él extasiados;

se oyen cantos de querubes.

Ven la escarcha que, temblando,

arroja su luz de plata

en las sombras del establo.

Llenos de candor y luz,

están con la Madre hablando.


Vuelven ya los pastorcicos

atravesando el gran llano.

Ya no corren, ya no cantan,

a Dios vienen alabando…

De repente, y con gran brío,

han corrido, han saltado,

y al pasar junto de mí,

algo vienen canturreando…


“Pastorcillos, pastorcillos,

¿a quién vísteis recostado?

Pero… esperad, pastorcicos,

que vais mi trigo pisando;

no maltratéis más mi trigo;

¡decidme qué vais cantando!”


José Roberto Gómez Martín.


YA EN LA MADRUGADA
De improviso, en despoblado,

despertando a los pastores

se oyó resonar un canto:

“¡Paz en la Tierra a los hombres!”,

y una luz resplandeciente

iluminó el horizonte.


Asombrados y gozosos,

haciendo a un lado temores,

se van corriendo al pesebre

y descubren los primores

de un Niñito muy pequeño,

junto a una mujer y a un hombre,

moradito por el frío

y que huele como a flores.


El pequeño les sonríe.

Ellos le rinden honores.

Sin saber por qué lo hacen,

le ofrecen todos sus dones.

Es que Él no tiene riquezas,

ni pañales ni ropones.

Lo cubren con cobijita

de lana de las mejores

ovejas que Él dejará

para salvar a otras peores.

Le dan requesón y miel.

Le cantan muchas canciones.

A María y a José

entregan sus corazones.

Ese Niño los conquista.

Es que es como ellos, un pobre.

Es que quién sabe qué tiene,

y esto los sobrecoge.

Lo miran, lo miran mucho,

y Él a su amor corresponde.

No tiene nada de nada

que lo encandile y le estorbe.

Así vivirá por siempre,

sin nada más que lo adorne,

con su actitud de servicio

al más excluido y al pobre.


En tu corazón, María,

guardarás este reporte:

Cuando el dolor te lastime,

cuando en silencio Tú llores,

te acordarás de este gesto

sin igual de estos pastores.


Pbro. Cándido Ojeda Robles.


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