Rafael Ramírez Lira
A las grandes tiendas les urgía adelantar el tiempo, acortarnos la vida y marcarnos sus pautas. Llenaron sus escaparates y armarios con adornos y figuras escarchadas, saturadas de ambición, aun fuera de temporada, pero afines con los adelantos de su propia agenda mercantil. Su urgencia son las ventas y el endeudarnos. La Navidad fue nuestra, y ahora van por ella los astutos, los que la esperan con avidez para hacerla suya.
El Niño Pobre, que nació lejano en un abandonado pesebre entre pastores, encarnó la Esperanza de los sencillos, de aquellos que le proporcionaron su calor con el primer abrazo, de quienes admiraron sus primeros gestos, escucharon sus nacientes llantos y vieron sus primigenias sonrisas; de los que compartieron el abandono y su pobreza.
A reciclar la costumbre
Hace tiempo, con los festejos navideños hacíamos nuestras la tradición del abrazo, las felicitaciones y el afecto sincero; con la fecha nos llegaba la oportunidad de compartir sentimientos, afectos y humanismo con los menos afortunados. La Navidad llenaba en nuestra mente espacios de recuerdos y vivencia de sentimientos nobles. Dejaban de ser indiferentes a nosotros quienes tomaban las calles para pedir una moneda que algo aliviara su quebrada economía, su hambre o desempleo.
El Dios que se hizo Niño era motivo de reflexiones y vivencias, de perdón y compromisos.
La Navidad nos permitía pensar en los que serían ajenos a un regalo o a una cena; en los que tendrían su refugio en soledad y frío; nos hacía recapacitar en los que tendrían qué velar el dolor y la agonía de un ser querido en una cama de hospital, o nos permitía compartir un pan con los que dejaron lejanas su familia y patria para hacerse indocumentados en otras tierras, o los privados de un alimento digno.
Y así debe seguir siendo la Navidad ahora; no una feria de vanidades, no una estampida que arrase los centros comerciales con irracionales compras, sino un sueño alegre, donde tomen sentido verdadero los abrazos y el afecto; donde decir: ‘Te quiero”, no haga daño, porque nace del Amor y de la Fe profunda, del espíritu más puro y noble.
Una verdadera Navidad que nos colme de ilusiones y nos deje sentir el amor en cada saludo; que conecte principios de Fe con la realidad más cercana y tangible; que nos evoque recuerdos y, a la vez, inspire compromisos y esperanzas.
Una Navidad cercana a la generosidad y a las acciones solidarias; tan grande como el Misterio mismo y tan sencilla como las sonrisas, afectos y caricias; tan llena de los más nobles deseos, y generadora al mismo tiempo, de actitudes transformadoras en la familia, en nuestro entorno y en el mundo entero.
Una Navidad que sea ocasión para vigorizar nuestra amistad y afecto con la fuerza enorme de un abrazo. Una oportunidad de dar felicidad a los que la Vida nos ha confiado.
Una Navidad Feliz, sin calendario…
Ojalá que toda nuestra vida fuese siempre una Navidad. Con las sorpresas agradables del Amor, de la Fe, de la salud, de la integración familiar, de los propósitos y la realización de nuestros mejores sueños.
Feliz Navidad!, ahora y siempre, para ti y todos los tuyos.
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