jueves, 11 de diciembre de 2014

Vamos hacia Dios, amando

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia nos invita a celebrar hoy, proclama el testimonio leal y fidedigno del más grande hombre entre los nacidos de mujer: Juan el Bautista, que nos introduce en el corazón del Misterio de la Persona de Jesús, de quien confesó no ser digno siquiera de desatar las correas de sus sandalias (Jn 1, 6-8. 19-28).


“Más que un profeta”

El Bautista fue un Siervo de Dios que dedicó su vida a dar testimonio de la Luz buscando siempre conducir a todos a la Fe en Aquél que había cautivado su Esperanza (véanse vv. 6-8). Cuando cuestionaron su identidad, Juan aclaró que no era el Mesías ni Elías ni el Profeta (véanse 19-21); pero enseguida le preguntaron: “¿Qué dices de ti mismo?” (v. 22). El Bautista, entonces, recurrió a la Palabra de Dios anunciada por el Profeta Isaías: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’” (v. 23 compárese Is 40, 3).

Juan se consideró a sí mismo sólo una voz. Él no es la Luz del Mundo, sino únicamente una lámpara provisional (compárese Jn 5, 35). Juan nunca se comportó como “una caña agitada por el viento” (véase Lc 7, 24), porque respondió fiel y verdaderamente a su extraordinaria vocación de Heraldo de Dios como hombre de palabra: honesto, congruente, confiable, de quien el propio Jesús dijo haber sido “más que un Profeta” (Lc 7, 26).


En el corazón del Misterio
Pero aquellos emisarios no se dieron por vencidos y le espetaron: “¿Por qué bautizas si no eres el Mesías ni Elías ni el Profeta?” (v. 25). Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen; alguien que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias” (vv. 26-27).

El Evangelista tiene sumo cuidado en precisar que todo esto “sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán” (v. 28), para destacar el propósito revelador y moral de la Historia, que conforme a nuestra Fe cristiana, entraña un valor absoluto. El Bautista nos incorpora, así, en el profundo Misterio de la Persona de Jesús: ¿Quién es Aquél de quien ni el que es más que un Profeta se considera digno de desatar las correas de sus sandalias?


“Conocimiento interno de Cristo”
Pidamos en la gozosa Liturgia de hoy, a la manera de san Ignacio, “conocimiento interno de Cristo”, que nos ayude a descubrir su inefable bondad; “conocimiento interno de Cristo”, que nos conduzca a seguir su ejemplo y pasar por el mundo haciendo el Bien (compárese Hch 10, 38); “conocimiento interno de Cristo”, que nos lleve a vivir siempre alegres, orando sin cesar, dando gracias en toda ocasión, pues -como enseña San Pablo- es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en Cristo Jesús (compárese I Ts 5, 16-22).

¿Será por ello que San Agustín asegura: “Vamos hacia Dios no caminando, sino amando”?


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