jueves, 11 de diciembre de 2014

Tercer Domingo de Adviento

P. Octavio Ortiz | Fuente: Catholic.net


2A7“El espíritu del Señor me ha enviado para dar la Buena Nueva…me ha enviado para anunciar…” (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el Plan de Dios, se sabe enviado, no como suplantador, sino como testigo de la Luz, del Mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, Apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la Predicación y mediante Cartas. En ésta su Primera Carta a los Tesalonicenses, les exhorta a vivir en conformidad con la Salvación que Cristo, el Enviado de Dios, nos ha conferido (2L).


Por encima de todo, la Misión
Es la grande enseñanza de la Liturgia de hoy. El Profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una Misión que, en parte, le tocará realizar entre sus contemporáneos; pero que, en la mayor parte, remite a la figura futura del Mesías. Con toda razón, Jesús hará propia esta Misión del Profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas.

Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y cuál su Misión. Él no es el Mesías; él no realiza la figura mesiánica del Texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del Mesías, es sólo un testigo de la Luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con Misión no es suficiente; hay que conocer cuál es la propia Misión en los designios de Dios. Nuestra Misión, como la de Juan Bautista, es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser Apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, un hilo continuo entre la Misión del Profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de Misión entre los hombres.


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