jueves, 11 de diciembre de 2014

Navidad: la dulzura del Verbo Encarnado

Jaime Alberto Villagrana Castañeda,

3° de Teología


Posada en SeminarioParece anacrónico y fuera de lugar hablar de ternura y dulzura en tiempos en que la violencia física y psicológica se pronuncia con aspavientos en muchos sectores de nuestra Sociedad. Pero es allí, precisamente, donde la alegría que nace de la Fe, en la Encarnación del Hijo de Dios, da esperanza al mundo, herido por las discordias egoístas del hombre, siendo confrontadas con la humildad de quien ha asumido nuestra condición humana: Jesucristo.

San Bernardo expresa el Mensaje siempre actual sobre la Encarnación, de la siguiente manera: “La Natividad del Señor es algo siempre nuevo, algo que renueva continuamente nuestro espíritu… y así como, en cierto modo, se inmola cada día siempre que anunciamos su Muerte (en la Santa Misa), de la misma manera parece nacer cuando vivimos con Fe su Nacimiento. Así, vemos la Majestad de Dios en nosotros, la Majestad de Dios en la humildad, la fuerza en la debilidad; Dios en el hombre. Porque Él es Emmanuel, Dios con nosotros. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14)”.


Otras ricas interpretaciones
La Navidad no sólo nos recuerda el Sacramento de la Eucaristía, sino también el Bautismo, como dirá San León Magno: “La Fiesta de la Natividad renueva para nosotros los comienzos sagrados de la vida de Jesús, nacido de la Virgen María; y, al venerar el Nacimiento de nuestro Salvador, se nos invita a celebrar también nuestro propio nacimiento como cristianos”. Recordemos que con el Bautismo somos nuevas creaturas, elevadas a la categoría de hijos de Dios; en Jesucristo, seres nacidos a la Gracia divina. San Beda el Venerable lo expresa de la siguiente manera: “Aquél que viste a todo el mundo con tanta variedad de adornos, es envuelto en pobres pañales, para que nosotros podamos recibir la primera vestidura de la Gracia”.

San Luis María Grignon de Monfort se expresa bellamente de Cristo utilizando las imágenes de la sabiduría y la dulzura; reflejo de su grandeza y humildad manifestadas en el Niño Dios, como revelación de la humanidad y divinidad de Jesús de Nazareth. “La Sabiduría se encarnó, con la única finalidad de atraer a su Amor e imitación los corazones humanos. Considerada en su Divino Origen, la Sabiduría es toda bondad y dulzura. Es el don del Amor del Padre y fruto del amor del Espíritu Santo. El Amor nos da la Sabiduría: Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Único Hijo (Jn 3, 16). De suerte que la Sabiduría es el Amor mismo del Padre y del Espíritu Santo. ¿Quieres conocer la dulzura de Jesús? Trata de conocer la dulzura de María, su Madre, a quien se asemeja en la dulzura de su temperamento. Él es la Sabiduría eterna, la Dulzura y Belleza personificadas”.

San Agustín también ha experimentado las delicias de la cautivadora Persona de Jesucristo: “Jesús es dulce en el semblante, dulce en las palabras, dulce en las acciones”. Del mismo modo, “la belleza y majestad de su semblante -decía San Juan Crisóstomo- eran tan dulces e imponentes a la vez, que cuantos lo veían no podían menos de amarlo”.

Contemplarlo en el pesebre, es dejarse cautivar por el misterio; agradeciendo su Nacimiento, con los nuestros, en el hogar, meditando la escena de La Sagrada Familia, como nos recuerda San Juan XXIII: “Navidad es la gran fiesta de las familias. Jesús, al venir a la Tierra para salvar a la Sociedad humana, y para de nuevo conducirla a sus altos destinos, se hizo presente con María su Madre, con José, su padre adoptivo, que está allí como a la sombra del Padre Eterno”.


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