EN LA NAVIDAD DEL SEÑOR
Anduvo el orbe girando
en inquietante silencio,
sin saber nada de nada
ni de Ti ni de tu pueblo.
Pasados los nueve meses
se develó el Misterio.
Abriste tu Nube Pura
y nos mostraste el Portento.
Apareció el Nuevo Sol
brillando en tu Firmamento
para llenarnos de luz
e incendiarnos con su fuego,
cumpliendo la Profecía
del Rey que será un siervo.
Como Arca de la Alianza
custodiaste el Mandamiento…
que se hizo en Ti Una Palabra
de Amor a los cuatro vientos.
Para sellar Nueva Alianza,
guardaste con mucho celo
el Tesoro de Yavhé…
mientras duraba el desierto.
Como Custodia de Oro
nos muestras el Don Eterno,
suspendido entre tus brazos,
aferrándose a tu pecho,
mamando tu sencillez
en tu leche y en tu aliento,
para dársenos a todos
en Bebida y Alimento.
En la entrada de tu Tienda
se mira un Niño pequeño…
que se parece a los dos…
entre pajales y lienzos
llora como un humano,
sonríe como Dios del Cielo.
En el pesebre nos muestras,
con su humilde Nacimiento,
que se ha cumplido con creces
el gracioso ofrecimiento
del Mesías que iba a venir
a iniciar el nuevo tiempo
donde Dios hace presente
la llegada de su Reino.
Me arrodillo ante tu Niño.
Me está mirando, lo veo.
Quiero quedarme contigo.
Aunque yo no lo merezco,
hazme un campito con Él.
Te juro. No lo molesto.
Pbro. Cándido Ojeda Robles.
ROMANCE NAVIDEÑO
Blando balar de corderos
que la noche están rumiando;
cantar dulce de pastores
que velan por sus rebaños;
fuego rojo de una hoguera
que da su amor a los campos,
y el brillo de unas estrellas
por el asombro temblando.
Un lucero portentoso
y unos Ángeles cantando
a los pastores que, absortos,
y embriagados por los cantos,
se quedan mirando al cielo,
siguiendo con su mirada
la luz que mira al pesebre
cubierto con heno blando.
Ya van alegres corriendo
los pastores y el cayado;
pero… esperad, pastorcicos,
que vais mi trigo pisando.
¿Dónde iréis tan presurosos
y con el vestido blanco?
¡Esperad, buenos pastores,
que vais apretando el paso;
no maltratéis más mi trigo,
que estáis mi trigo pisando!
“Ven con nosotros corriendo,
levanta al cielo tus brazos,
que nació junto a Belén
el Niño Dios esperado;
Aquél que nuestros abuelos
nos vienen profetizando”.
Y se alejan los pastores.
Van alegres, y en las manos
llevan dones qué ofrecerle:
muchos corderitos blancos,
leche muy fresca y sabrosa,
queso rico y pan del campo,
y un corazón muy sencillo
con emoción palpitando.
Dejaron en las majadas
ocultos a sus rebaños;
junto al fuego el dulce sueño,
los apriscos impregnados
de olores a paja y heno.
Y se han ido caminando
por los valles y los montes
que está la Luna alumbrando.
Y se pierden tras la loma
los pastores, su cayado,
sus sandalias presurosas
y el corazón sorprendido,
que al Niño Dios va buscando.
“Andar no puedo, pastores
-estoy en vano gritando-.
Enfermo estoy e impedido
de mi orgullo y mi pecado”.
No hacen caso los pastores
y se pierden… van cantando;
han entrado en una cueva
llena de luz y de encanto.
Huele a paja, huele a heno,
y a establo mullido y blando.
Un Niño está en el pesebre
entre pajas dormitando.
Con paso inseguro y lento
los pastores van entrando,
y se postran y le adoran
y le entregan sus regalos.
Con su mirada amorosa
están en Él extasiados;
se oyen cantos de querubes.
Ven la escarcha que, temblando,
arroja su luz de plata
en las sombras del establo.
Llenos de candor y luz,
están con la Madre hablando.
Vuelven ya los pastorcicos
atravesando el gran llano.
Ya no corren, ya no cantan,
a Dios vienen alabando…
De repente, y con gran brío,
han corrido, han saltado,
y al pasar junto de mí,
algo vienen canturreando…
“Pastorcillos, pastorcillos,
¿a quién vísteis recostado?
Pero… esperad, pastorcicos,
que vais mi trigo pisando;
no maltratéis más mi trigo;
¡decidme qué vais cantando!”
José Roberto Gómez Martín.
YA EN LA MADRUGADA
De improviso, en despoblado,
despertando a los pastores
se oyó resonar un canto:
“¡Paz en la Tierra a los hombres!”,
y una luz resplandeciente
iluminó el horizonte.
Asombrados y gozosos,
haciendo a un lado temores,
se van corriendo al pesebre
y descubren los primores
de un Niñito muy pequeño,
junto a una mujer y a un hombre,
moradito por el frío
y que huele como a flores.
El pequeño les sonríe.
Ellos le rinden honores.
Sin saber por qué lo hacen,
le ofrecen todos sus dones.
Es que Él no tiene riquezas,
ni pañales ni ropones.
Lo cubren con cobijita
de lana de las mejores
ovejas que Él dejará
para salvar a otras peores.
Le dan requesón y miel.
Le cantan muchas canciones.
A María y a José
entregan sus corazones.
Ese Niño los conquista.
Es que es como ellos, un pobre.
Es que quién sabe qué tiene,
y esto los sobrecoge.
Lo miran, lo miran mucho,
y Él a su amor corresponde.
No tiene nada de nada
que lo encandile y le estorbe.
Así vivirá por siempre,
sin nada más que lo adorne,
con su actitud de servicio
al más excluido y al pobre.
En tu corazón, María,
guardarás este reporte:
Cuando el dolor te lastime,
cuando en silencio Tú llores,
te acordarás de este gesto
sin igual de estos pastores.
Pbro. Cándido Ojeda Robles.
