jueves, 26 de junio de 2014

Valiosa experiencia pastoral

Vivir para servir y servir para vivir


LCC Dante Omar Covarrubias Islas

Seminarista en Año de Servicio


Salir del Seminario para servir a los fieles en las comunidades es el verdadero fin para el que un Seminarista se está formando. Por eso, como parte de su preparación, un grupo numeroso de jóvenes que tienen deseos de consagrar su vida a Dios para servir a los hombres, recién ha concluido esta etapa llamada “Magisterio” o “Año de Servicio” que, aun cuando se ubica dentro del camino hacia el sacerdocio, no se lleva a cabo dentro del Semillero de la Diócesis, sino en diversas Parroquias o incluso acompañando a los Seminaristas menores en las Casas Auxiliares, ya sea dando clases o realizando diversas actividades.

Es por ello que los más de 50 alumnos que durante el Ciclo Escolar 2013-2014 practicamos el Año de Servicio, damos gracias a Dios, a los Párrocos y a todo el Pueblo de Dios, que nos recibieron y permitieron introducirnos a la realidad pastoral, a la que en pocos años estaremos sirviendo de manera permanente.


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“Gratuitamente lo habéis recibido, dad entonces gratuitamente”
(Mt 10, 8)

Luego de al menos seis o hasta ocho años que llevábamos de formación continua, este Grupo, de aproximadamente 55 Seminaristas que a finales de junio de 2013 terminamos el Curso de Primero o Segundo Año de Teología, salimos a Campo Misión durante un mes, y tras disfrutar unos días de vacaciones, al momento de iniciar el nuevo Ciclo Escolar ya teníamos en claro que esta vez todo sería diferente. Por fin, aquello para lo que durante tantos años nos hemos estado preparando podía comenzar a rendir frutos; aquello que habíamos reflexionado de rodillas frente a Jesús Eucaristía, lo que habíamos aprendido de los Padres Formadores y las convicciones que habíamos asimilado y que cada uno teníamos como apoyo para convertirnos en servidores de nuestros prójimos, habría de manifestarse en los lugares donde cada uno sería destinado.


“Que cada cual ponga al servicio de los demás la Gracia que ha recibido” (1 Pe 4,10)

Los fieles, y cualquier persona en general, saben que por medio del Orden Sagrado, un varón que se está formando en el Seminario ha de “dedicarse al servicio de Dios, a santificar su alma y la de los demás”. Es por ello que el Seminario de Guadalajara y su Equipo Formador, conscientes de ello, han tenido a bien dar la posibilidad a sus alumnos, antes de acceder a la Ordenación, de descubrir aquello a lo que se enfrentarán al término de su formación. Se trata, sustancialmente, de ser otro Cristo en la Tierra, y de reflejarlo, ya que Él en toda su vida pública fue testimonio fiel del servicio.

Por ello, cada uno de los jóvenes que aspiramos a llegar al Sacerdocio debemos tener antes la experiencia de trabajar, junto a un Sacerdote experimentado, que se convierte en nuestro Formador durante un año, en una comunidad donde podamos descubrir y poner al servicio de los demás los talentos que Dios nos ha otorgado, desempeñando tareas específicas asignadas, de modo que podamos ir fraguando nuestra propia identidad sacerdotal, ya que, de alguna forma, en ese año comenzamos a vivir la vida sacerdotal, haciendo únicamente lo que nos corresponde como Seminaristas, pues aún no tenemos las facultades que confiere el Orden Sacerdotal.


“Aquél que quiera ser grande, sea el servidor de sus hermanos” (Mt 20, 26)

El Seminario, desde donde surge “sangre nueva” para mantener vivo el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, enseña a sus alumnos que antes de ser enviados a trabajar representando a Cristo, deben primero aprender a estar con Él, ya que Él se hace presente en cada uno de los hermanos que se acercan a las asambleas, y también en los que no lo hacen tanto, pero que, aun así, demuestran tener sed de Dios, del Dios vivo y Resucitado que comunica la alegría de seguir trabajando en la extensión del Reino. Es por ello que quien quiere ser Sacerdote debe empeñarse en ser servidor de una grey, la cual, sintiendo la necesidad de tener quién los atienda, ora y pide constantemente para que no falten trabajadores en sus campos.


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“El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28)

Quienes hemos cursado este año de práctica en el campo pastoral, hemos crecido tanto humanamente a través del contacto cercano con la feligresía, como espiritualmente, por la religiosidad popular que de algún modo ha abierto nuestro espíritu a nuevos horizontes, haciendo eficaz la Nueva Evangelización.También hemos crecido pastoralmente, ya que los Agentes en los que nos apoyamos para realizar nuestra tarea evangelizadora, han sido un instrumento indispensable y nos han dado herramientas para desarrollar el perfil que queremos forjar en la ya cercana vida sacerdotal, que se impregna de esa realidad pastoral, y que es un tanto diferente en el contexto de una Parroquia a otra, pero con lo cual se enriquece nuestra Arquidiócesis.


Una realidad que consolida la vocación

A través de este Medio, damos gracias a los diversos Grupos Parroquiales: Acólitos, Coros, Jóvenes, Ministros de la Comunión, Liturgia, Adoradores, Catequesis, Enfermos, Matrimonios; a los Equipos Formadores de las Casas Auxiliares y a todos los Párrocos, por este espacio formativo que nos ayudó a afianzar y expresar los conocimientos adquiridos dentro del Seminario, adecuándolos a las diferentes áreas de formación, gracias a lo cual podremos regresar a nuestra Casa de Estudios a seguir preparándonos con mayor entusiasmo y empeño en lo espiritual y en lo intelectual, a fin de que, cuando volvamos a encontrarnos en las comunidades, nuestro fortalecimiento anímico y conocimientos sean plenos y no cometamos errores.

Y aunque no se nombren aquí esas comunidades eclesiales, sepan todas que quienes tuvimos la dicha de compartir la experiencia del Año de Servicio con ustedes, estamos de regreso a nuestra Alma Mater, recordando constantemente en nuestro corazón las palabras de la Primera Carta del Apóstol San Pedro: “Si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la Gloria y el Poder, por los siglos de los siglos. Amén” (I Pet, 4,11).


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