Juan López Vergara
El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone en la Mesa de la Eucaristía, nos motiva a gozar de la paz ofrecida por Jesús Resucitado, la cual es una realización del Crucificado, que manifiesta en las cicatrices de sus heridas, y nos impulsa a recibir y otorgar el perdón, fortalecidos por el Espíritu Santo (Jn 20, 19-23).
LA PAZ EMANA DEL SACRIFICIO DE JESÚS
El relato inicia con una descripción que denota un inmenso temor: “Al anochecer del día de la Resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’” (v. 19).
El miedo es superado en el encuentro con el Resucitado, que les brinda su paz, no sin mostrarles sus manos y el costado (véase v. 20a). El Evangelista expresa así que la paz conferida por el Resucitado es producto de la entrega de Cristo en la Cruz. La paz sólo ha sido posible a través del padecimiento y la muerte de Jesús: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad, les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 23-24).
LA PAZ EMANA DEL SACRIFICIO REDENTOR DE JESÚS.
Jesús Resucitado es el Centro de la Comunidad
La vida de Jesús es Amor entregado que constantemente resuena en nuestro corazón como fuerza e invitación a seguirlo. ¡Ojalá que algún día cada uno de nosotros podamos decir con Jesús y en Jesús: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30).
Cuando los discípulos vieron al Se -ñor, su tristeza se transformó en alegría (véase v. 20b). La alegría es el sentimiento básico del Misterio Pascual. Cristo Resucitado se constituye, por tanto, en el Centro de la Comunidad.
LA PAZ ES EL DON DEL RESUCITADO
Jesús ofreció nuevamente su paz y les dijo: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo” (v. 21). La Misión tiene como meta transmitir al mundo entero la paz lograda por Jesús. Detrás de tan significativa declaración está la concepción jurídica judía, que asegura: “El enviado de un hombre es como él mismo” (compárese Jn 13, 20).
Después, vemos que el don de Jesús está en estrecho vínculo con su envío: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (vv. 22-23). Para el Evangelista, el perdón de los pecados es un aspecto decisivo de la realidad pascual: el nuevo punto de partida.
Desde nuestra Fe, tenemos la convicción de que Dios ha realizado por Jesús y en Jesús la gran reconciliación. Nuestra tarea como comunidad de seguidores del Señor consistirá, entonces, en ofrecer la paz conquistada por Él como nueva oportunidad de vida al mundo entero, convirtiéndonos en testigos y mensajeros del amable perdón de Dios.
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