Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
Este 21 de junio se cumplieron 85 años de los “arreglos” que dieron fin a “la Guerra Cristera”. La Prensa, en general, empieza a tomar en cuenta ese acontecimiento. 1926-1929 encierra un tiempo medularmente significativo en la Historia de México. Sin embargo, se trata de una fecha que, si preguntamos por ella a un universitario o al hombre de la calle, rarísimamente nos darían razón de su acontecer. Y no es para menos, puesto que durante 40 años, hablar de ese momento histórico era un tabú, algo intocable, silenciado por un acomodaticio modus vivendi entre la Iglesia y el Estado.
Hacia un rescate memorioso
Le debemos a Jean Meyer el habernos mostrado, con sus tres Tomos sobre “La Cristiada”, una epopeya imposible de olvidar. Se trata de un acontecimiento clave para desentrañar la verdad en el contexto de nuestra tergiversada Historia. A partir de la amplia y profunda investigación de este Historiador francés-mexicano, son ya muchas las publicaciones, artículos y comentarios que se han hecho para destrabar ese cerrado eslabón que enlaza Reforma, Revolución, República y Modernidad de esta Patria secuestrada por el cainismo y el sectarismo.
Los llamados “arreglos” tienen algo de providencial y de diabólico. Según los altos Jerarcas de la Iglesia mexicana que hicieron tal negociación, la paz y la libertad de culto fueron los motivos más apremiantes. En cambio, para la Logia Masónica que manejó la situación a través del Embajador yanqui Dwight W. Morrow, el taimado Emilio Portes Gil y la urgente necesidad de Plutarco Elías Calles por inclinar a su favor el conflicto, las intenciones fueron el Poder y el establecimiento definitivo de una República atea tolerante. Sin embargo, la presencia moral, civil y religiosa del pueblo, que seguía ofreciendo su sangre, no tuvo voz ni voto.
En ese desplazamiento de los beligerantes sin segunda camisa, que tenían en un puño a todo un Ejército bien pertrechado, es donde encontramos, incongruentemente, la injusticia. El criterio de los Obispos y de buena parte del Clero estaba dividido. Por un lado, se bendecían las armas y se declaraba justa la guerra, mientras que, por otro, se condenaba a los “Cristeros” y se abogaba por llegar a un “arreglo”. Y bien parecería esta posición en pro de la paz. Pero, ¿a ese precio? No se modificaron en una sola coma los Artículos que lesionaban la libertad religiosa, la personalidad jurídica del Sacerdote, los Derechos Humanos, ni mucho menos la autenticidad de una lucha.
Consecuencias lamentables
La participación en los “arreglos”, de los Obispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz y Barreto, así como la de los Clérigos norteamericanos Burke y Walsh, fue calificada en su momento por el Obispo de Tacámbaro, Leopoldo Lara y Torres, como “despreciable, antipatriótica y ruin”. Y no era para menos. Estaba en juego el destino de México. Y el destino era éste, el de un país institucional, laico, manipulado a su antojo por fuerzas e intereses solapadamente anticatólicos. La piedra angular de su “Torre de Babel” estuvo firmada por unos Obispos entreguistas y por Grandes Maestros de la iniquidad.
Tales “arreglos”, sin embargo, quedaron envueltos en el misterio; misterio no sólo de los términos en que se trataron, sino de los secretos caminos del Conductor de la Historia.
“La Cristiada” no era un Movimiento para alcanzar el Poder, sino una prueba de Fe, a la que tantos supieron responder positivamente con su vida en el campo de batalla o con su sangre en el ara del martirio: aquellos católicos más sinceros que vivían plenamente su Fe, aquellos herederos de las Misiones Franciscanas y Jesuitas de los Siglos XVI y XVII. Con esa guerra no se pretendía un Estado confesional ni una venganza ni un cambio de dinastía faraónica. Sólo se buscaba la instauración del Derecho Natural, del Derecho a creer y ejercitar su Culto. Esa patética entrega de las armas nos puso de manifiesto la alta calidad humana de los combatientes y sus más limpias intenciones. Cedieron por obediencia, no por haber sido derrotados.
Lecciones de antes y para ahora
1926-1929 es un ciclo de tres años que hay que estudiar con sinceridad, sin sectarismos, para entender el pasado y el presente del México que vivimos. Los desafortunados “arreglos” entregaron la Patria en bandeja de plata a los artífices de la “dictadura perfecta”. El catolicismo mexicano se vio socialmente humillado, a pesar de recuperar el culto, restituírsele a la Iglesia sus propiedades y obtener más tarde, en el Gobierno de Carlos Salinas, las reformas a los Artículos anticlericales. Reformas tardías. El daño estaba hecho. La proliferación de sectas protestantes había mermado considerablemente la grey católica, y la Iglesia habría de sufrir la mayor deserción de su Historia.
Pero las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Para el católico, la lucha no ha terminado. El combate sigue en orden de las ideas. Se impone ser congruentes con un pensamiento cristiano y un testimonio de vida. Y algo más: la urgente necesidad de hacerse presentes en los Medios de Comunicación hace ineludible el diálogo, el análisis, el encuentro con los otros. La Historia de la Iglesia es riquísima en experiencias de toda índole. Los “arreglos” deben ser un motivo de reflexión trascendental que nos ponga frente al Misterio de Historia.
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