Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia ofrece para la Eucaristía de hoy un pasaje que nos exhorta a predicar valientemente la Buena Nueva revelada por Jesús y en Jesús, incluso en épocas de persecución, confiados en la promesa del Señor, de que si obramos así, nos reconocerá ante su Padre, que está en los Cielos (Mt 10, 26-33).
PREDICACIÓN SIN TEMOR
La expresión “no teman”, que se repite tres veces (vv. 26.28.31), se usa con frecuencia en el Antiguo Testamento para asegurar la ayuda divina (compárense: Is 41, 10.13; 43, 1.5; 44, 2; Jr 1, 8; 30, 10). Es Jesús quien dirige ahora a los discípulos esta palabra de consuelo, para que superen el miedo ante la persecución, ya que el Mensaje no puede ocultarse, y su labor consiste en proclamarlo: “No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo en las azoteas” (vv. 26-27). Los seguidores de Jesús están llamados a hablar abiertamente, porque el Santo Evangelio está destinado a todos los hombres: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28, 19).
EL CUIDADO PATERNAL DE DIOS
Frente a semejante atmósfera, Jesús invita a los suyos a ver la vida en profundidad al situarlos en el horizonte del Juicio, destacando que lo decisivo radica no en que los hombres puedan quitarles la vida, sino en quien puede ocasionarles la ruina definitiva (véase v. 28). La distinción entre el cuerpo, que los hombres pueden matar, y el alma, que no pueden matar, refleja la influencia de la concepción griega.
La sentencia de Jesús esclarece que la idea del temor a Dios va de la mano de la Soberanía Divina. En otras palabras, el poder del hombre se limita al cuerpo visible y no alcanza toda la realidad del ser humano: su “alma”. Pero Jesús precisa la dimensión profunda del concepto del poder de Dios: “¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo” (vv. 29-31). Dios, dueño del cuerpo y del alma, es Padre amoroso. En consecuencia, el Poder y el Amor de Dios se correlacionan, pues el temor de Dios nos libera del miedo a los hombres.
JESÚS DECIDIRÁ NUESTRA SUERTE ETERNA
La últimas palabras de Jesús retoman el tema del Juicio y establecen que lo que suceda en el momento de la persecución se repetirá en el momento del Juicio; es decir, quienes hayan dado testimonio de Jesús ante los hombres, escucharán el testimonio de Él a favor suyo ante el Padre: “A quien me reconozca delante de los hombres, Yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los Cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en el Cielo” (vv. 32-33).
El Santo Padre exhortó al Episcopado Mexicano “a no dejarse amedrentar por las fuerzas del Mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro” (Véase: Página Vaticana, Semanario, 25/V/2014, p. 14).
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