Una Patria de la patada
Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
La Selección Nacional de Futbol no es México. México tampoco es Televisa. México no puede ser lo que proclaman estos falsos profetas. Pero el pueblo de México ha sido secuestrado por los depredadores siniestros de la manipulación y el engaño, tanto gubernamental como comercialmente.
La artificiosa ceremonia de abanderamiento presidencial en Los Pinos a la Selección que irá al Mundial de Brasil se vio adornada con un patético y patriotero discurso del Presidente Peña Nieto. Discurso tan meloso y superficial nunca ha tenido paralelo para despedir, por ejemplo, a alguna Delegación de Científicos mexicanos que vaya a concursar al extranjero. Pero aquí, el balón tomó el lugar del águila devorando la serpiente en el centro de la bandera, en el mero “corazón” de la Patria, teniendo al Presidente como pontífice de esa parafernalia, bendiciendo complacido, a los representantes de la “raza cósmica”.
¡Qué cuadro! Y en ese contexto, el Entrenador, “El Piojo” Herrera (engreído por sus éxitos personales como figura comercial que engaña al público anunciando productos que nada tienen qué ver con su quehacer deportivo), se aventó a fondo y no se midió para afirmar que pondría toda su alma para llevar al equipo a la cumbre del Torneo en Brasil. Al empeñar su alma en esa empresa, ¿sabría “El Piojo” lo que estaba diciendo? ¿Qué significado tiene el alma en este contexto? ¿Hasta dónde hemos llegado en la exaltación del futbol como una nueva religión, con su “mística”, su “gloria”, su adoración y su “alma”?
VANALIDADES Y ESPEJISMOS
Una cosa es el deporte como ejercicio bueno para la salud del cuerpo o como competencia para una sana y hasta eufórica diversión; y otra, los extremos de manipulación a los que se ha llegado. Todo gira alrededor de ganancias millonarias que distorsionan por completo la legitimidad de un espectáculo que es en sí bello y apasionante. Los comentaristas deportivos son artífices de esta degeneración cuando ponen en juego todas sus facultades y su “sabiduría” para hacer creer al televidente, por ejemplo, que el futbol es la única razón de la vida. Y hay que ver los esfuerzos que se hacen en los palcos de transmisión y en los Estudios para inflar hasta alturas infinitas una realidad frecuentemente mediocre e intrascendente.
Esos “magos de la comunicación”, fariseos de la verdad, tahúres de la vacuidad, son capaces de distraer a un público televisivo durante una semana, analizando si entró el balón o no en aquel gol anulado. Y así por el estilo, prolongan sus estupideces sin límite tan sólo por llenar el tiempo, dando pase a los suculentos anuncios y cobrando, claro está, sus buenos honorarios. Nos preguntamos si todo esto es inercia del sistema o consigna de idiotizar y entretener la atención de una masa que, parece, ha renunciado, definitivamente, a pensar por sí misma.
¡Y lo que nos espera! Faltan unos días para que se inicie el Mundial de Brasil. Este lapso y las semanas subsiguientes, cuando se realicen los partidos, todo el mundo será un balón de futbol. ¿Pero qué tiene de malo? No, nada. Nada más la enajenación por tanto tiempo, sin respiro, sin descanso. La mente ocupada en los múltiples detalles de la contienda no tendrá un espacio prudente para leer la Evangelii Gaudium, que con tanto amor y alegría nos ha escrito el Papa Francisco.
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