Juan López Vergara
El pasaje del Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone para hoy, plantea la comprometedora pregunta sobre la identidad de Jesús. En ella recae nuestra decisión a favor o en contra del Reino de Dios revelado por y en Jesucristo, que se presenta como el Fundador y Fundamento de la Iglesia (Mt 16, 13-19).
El pueblo no comprendió la novedad
El Evangelista relata un importante momento de la vida de Jesús, que aconteció en la región pagana de Cesarea de Filipo, cuando preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre” (v. 13). Es probable que Mateo no haya interpretado la expresión “el Hijo del hombre” como un título mesiánico, pues sería ilógico pensar que Jesús diera a sus discípulos la solución por adelantado. La expresión se empleó en arameo para indicar el concepto de hombre, lo que equivale a sustituir al pronombre “yo”. Y fue así que los discípulos respondieron aseverando que el pueblo asimilaba a Jesús con conocidos Personajes: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los Profetas” (v. 14). La gente no entendió la condición única de Jesús, pues lo consideró un enviado como los del Antiguo Testamento.
Entre los discípulos surgió la Confesión de Fe
Jesús, entonces, les preguntó a sus discípulos: “‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?’ Pedro contestó: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’” (vv. 15-16). Pedro declaró que Jesús es “el Mesías” -“el Cristo”, en griego- , o sea, el Plenipotenciario de Dios, el último enviado después de todos los Profetas. Pero, además, es “el Hijo de Dios vivo”. A la confesión de la mesianidad de Jesús, el Evangelista añade la de la filiación divina; esto es, que Dios no envió a un simple hombre, sino a su propio Hijo. Semejante acto de Fe no se produjo entre el pueblo, sino entre los discípulos, y actuando Pedro como su portavoz.
La Fe es un don del Padre
Jesús le dijo: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los Cielos!” (v. 17). Jesús declaró bienaventurado a Simón por el don recibido. El conocimiento de la verdadera dignidad de Jesús y del Misterio de su Persona procede del Padre (véase Mt 11, 25-27). Jesús cambió de nombre a Simón, hijo de Juan, por el de Pedro (véase v. 18). El término griego Pétros, corresponde al arameo Kefa que significa “piedra”, y no se usaba como nombre de persona antes de que Jesús lo hiciera. Simboliza el papel de su función en la Iglesia, donde la seguridad y consistencia de un fundamento rocoso deben ser representadas por este hombre, Simón.
Fue así que las palabras de Fe marcaron el inicio de la Misión de Pedro en la Historia de la Salvación, siendo la primera Misión de la Iglesia proclamar al mundo que Jesús es el Hijo de Dios. Después, el Señor confirió a Pedro la responsabilidad de abrir o cerrar el acceso al Reino a través de la dimensión histórica de la Iglesia (véase v. 19).
En suma, Jesús eligió a Pedro para ser la base visible del nuevo edificio: la Iglesia, de la que Él, el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es Fundador y Fundamento.
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