El Periodismo, oficio de riesgo y sacrificio
Presentamos, íntegro, el Discurso pronunciado por el Comunicólogo Sergio René de Dios Corona al recibir el Premio Católico al Comunicador, “José Ruiz Medrano”, de manos del Cardenal Arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega, en mérito a su trayectoria de Reportero, Escritor, Conductor de Programas, Académico e Investigador; ceremonia efectuada el miércoles 4 de junio en el Seminario Diocesano Menor.
Quiero compartirles una breve historia y una reflexión:
La breve historia comenzó en los años 60s, cuando llegó a la Ciudad de México un pequeño grupo de Sacerdotes Somascos. Con más de cinco siglos de existencia, la Orden Religiosa le debe su nombre a la Ciudad de Somasca, en el Norte de Italia. Los Sacerdotes que llegaron eran italianos. Dejaron su país, sus familias, sus amigos, y cruzaron el océano para abrir camino en una Colonia que se llama Santa Rosa de Lima.
Encabezados por el Padre Toño, construyeron desde cero un templo y se dedicaron a trabajar en esa comunidad capitalina. Su carisma es acompañar a los huérfanos, a la juventud y a los pobres. Empatizaron rápidamente con la comunidad. Promovieron una intensa actividad religiosa y social. Entre muchas acciones, organizaron, con los jóvenes, una Estudiantina, y en 1971 promovieron un Grupo de Adolescentes que se llama Vanguardias, inspirado en otro creado en Italia con huérfanos de la Segunda Guerra Mundial.
Me tocó ser uno de los fundadores del Grupo Vanguardias. Tenía entonces 12 años de edad. Los Sacerdotes Somascos, los Padres Toño, Juan, Lucas y Mateo, nos abrieron las puertas de su corazón y del templo. Con la ayuda de jóvenes miembros de la Estudiantina, Amado y Georgina, apoyaron el Grupo y crearon un Coro que, hasta la fecha, canta en la Misa de los sábados.
El Grupo Vanguardias estaba organizado en uno de varones y otro de mujeres. Llegamos a ser más de cien en los primeros años. Nos reuníamos los sábados. Teníamos un sábado religioso, uno social, uno deportivo y otro cultural. Organizamos encuentros deportivos y religiosos; visitamos enfermos en hospitales y centros psiquiátricos; apoyamos la alfabetización de una comunidad; vendíamos ropa usada y buscábamos recursos para apoyar con despensas a personas en pobreza; participamos en Retiros Espirituales; acampamos en diversos puntos del Centro del país; organizamos serenatas a nuestras novias y el Día de las Madres… Éramos muy muy activos, soñadores, divertidos. Éramos adolescentes.
Fue una hermosa época de mi vida. Aprendí. Disfruté. Canté. Compartí. Reí. Hallé un espacio, un sentido, una orientación, un cobijo. El Grupo Vanguardias continúa en mi querida Colonia Santa Rosa de Lima, con otros adolescentes. Los integrantes de la primera generación seguimos reuniéndonos cada año. En una de las últimas convivencias anuales estuvieron los Padres Lucas y Juan. El Padre Mateo falleció en México en un accidente, y el Padre Toño en Italia, hace pocos años.
Señor Cardenal: aprovecho este momento para cordialmente invitarlo a conocer la iglesia Santa Rosa de Lima y a los Padres Somascos de la Ciudad de México.
¿Por qué cuento esta historia personal? Porque me parece que éste es el momento y el espacio para agradecer públicamente a los Sacerdotes Somascos su entrega y acompañamiento hacia mí y mis amigos. Ellos eran jóvenes que dejaron todo, absolutamente todo, para dedicar su vida a decenas de adolescentes y jóvenes que ni conocían, que ni se imaginaban cómo éramos, pero que tuvimos la fortuna de hallarlos en nuestro camino.
Cuento la historia porque éste es el momento y el espacio también para agradecer a los Sacerdotes que confiaron en mí; que fueron o son mis amigos, o bien, que admiro por sus conocimientos o actitud. Además de los Somascos, en mi camino he hallado Sacerdotes Diocesanos y Jesuitas. A Jesuitas como Alfredo Zepeda, a Jesús, el Padre Cucho, recién fallecido, a Jorge Manzano o Raúl Mora, que también nos dejaron; o Diocesanos como el Padre Maurilio Martínez o el Padre Santiago Méndez Bravo, quien también partió hace pocos años.
O Religiosas de las que he oído, como las Oblatas, o que he observado como las que atienden pacientes en los Hospitales Civiles; o aquellas de una Orden Religiosa española a las que entrevisté cerca de la Basílica de Zapopan, que cuidan enfermos durante las noches mientras rezan, sin cobrar ni un peso. Todos ellos, todas ellas, son un ejemplo de servicio, conocimientos o virtudes.
Lo segundo que quiero compartirles es una reflexión general. En este mes cumplo 30 años de Periodista. Más de la mitad de mi vida la he dedicado al Periodismo, actividad que atraviesa por una difícil situación en el país. Continúan los asesinatos de Periodistas en México; la impunidad ha sido el sello de los crímenes cometidos contra Reporteros; la situación laboral, en términos generales, es bastante mala; unos cuantos viven ligados y se benefician de los círculos del Poder, pero la mayoría padece condiciones de vida difíciles. Buena parte de los Periodistas tenemos dos empleos.
Nuestra profesión demanda jornadas de trabajo largas y extenuantes, a un ritmo intenso, contra reloj; y más, tratándose de los Reporteros, que deben enviar avances informativos con textos e imágenes o buscar durante días u horas un simple dato. La nuestra es una profesión con poco reconocimiento social, que exige informarse, formarse y capacitarse a diario, en un mundo donde las nuevas tecnologías nos avasallan; donde el surgimiento de las Redes Sociales nos ha demandado nuevos perfiles y más retos profesionales; donde nuestra tarea informativa nos enfrenta a sortear presiones y peligros cuando denunciamos actos de corrupción, violaciones de Derechos Humanos o injusticias; donde, en ocasiones, se busca coartar la libertad de expresión y, por desgracia, llega la autocensura.
Los Periodistas somos un gremio vulnerable en una Entidad y un país azotados por los secuestros, desapariciones y crímenes, por las amenazas, la simulación y las coacciones a los Medios Informativos, vía la publicidad o de otras maneras abiertas o sutiles.
Pero, aun así, ahí estamos, tras la información, tras las noticias, tras las historias. Buscamos, preguntamos, redactamos, hablamos, salimos a cuadro, curioseamos. Unos tomamos notas, otros captan imágenes, otros opinamos, conducimos, coordinamos equipos o editamos. Y ahí seguimos, en el día a día, con pasión, con compromiso, ocupados en que nuestra información sea de calidad, fidedigna, precisa, bien construida, bajo un marco ético. Porque cuando nos equivocamos, nos duele.
Pero continuamos. El Periodismo es nuestra forma de servir a la comunidad, de contribuir a que de manera invisible nos enlacemos para conocer de aquellos acontecimientos y opiniones que pueden interesar, explicar, orientar, revelar. El Periodismo es la utopía que nos conduce a querer transformar el mundo, a no sólo informar de las élites, sino también de los grupos más marginados, pobres o abandonados.
Porque a los Periodistas no debiera interesarnos el Poder, como tal. No debieran interesarnos ni los cargos ni los privilegios ni las canonjías. Más bien, tendríamos que buscar deslindarnos de cualquier Poder, público o privado, para así cuestionarlo con libertad, agudeza y evidencias, con tal de revelar posibles abusos, desatinos o fanatismos, o también, dar cuenta de lo que haga de manera comprometida, transparente y pulcra.
A los Periodistas sí debiera interesarnos el Poder, pero el Poder de la Información para ponerla al servicio de la paz, de la verdad, de la justicia, de la rendición de cuentas, de la democracia, de la equidad, del medio ambiente, del respeto a los derechos de quienes son distintos a nosotros, de la diversidad de diversidades, de los excluidos, del emprendimiento colectivo, de la promoción de un mundo en que quepamos todos; de los sueños que como Nación tenemos. Sí debiera interesarnos el Poder de la Información para poner a debate, en el espacio público, los temas y asuntos que nos preocupan como país.
A los Periodistas nos interesa el trabajo en la calle, en las colonias, en los pueblos, en los estadios, en los talleres, en las escuelas, en las oficinas. Nos atrapa ser espectadores de primera fila de quienes son el alma y la energía del país: las amas de casa, los trabajadores, los empleados, los campesinos, los indígenas, los comerciantes, los dueños de pequeñas empresas, los estudiantes y profesores, y millones de personas anónimas.
Ahí está nuestro lugar: como fedatarios sociales, como Antropólogos de la Comunicación; como cuasi fiscales de grabadora, libreta o tabletas en mano; como agudos observadores al acecho del entorno; como historiadores de lo viejo y lo inmediato; como rastreadores de narrativas cotidianas; como amantes fieles de los diversos lenguajes; como profesionales que autoasumen su responsabilidad social; como descubridores de lo anormal en la normalidad; como incómodos preguntones; pregonadores de libertades como la de expresión o defensores de Derechos como el Derecho a la Información; como obstinados buscadores de las humildes verdades periodísticas; como hurgadores en los oscuros sótanos de las Sociedades; como encontradores de nosotros mismos a través del encuentro con los otros; como los sensibles ante las tragedias que sufrimos; como los fascinados ante las fortalezas del ser humano; como los desconfiados y antisumisos frente a expresiones autoritarias del Poder.
Somos todo eso. Y nunca dejaremos de ser aprendices que buscan fraguar la mejor información. Y ahí seguimos, en el Periodismo, convencidos de que somos lo que hemos querido ser…
Cierro con un conmovido ¡Gracias! por el reconocimiento de hoy, que no es sólo mío, sino también para mi familia.
Gracias a todos y todas por dedicarme su tiempo y acompañarme en este momento especial.
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