jueves, 26 de junio de 2014

Promoción vocacional

75º Aniversario de la Escuela Apostólica

de los Misioneros del Espíritu Santo


Hno. Víctor E. Ramírez Márquez, M.Sp.S.


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En el marco de las celebraciones del Centenario de nuestra Fundación, que será el 25 de diciembre, los Misioneros del Espíritu Santo festejamos ya 75 Años de nuestra Escuela Apostólica el viernes 13 de junio. Pero, ¿qué es esta Institución y cuál su misión? Es el equivalente a un Seminario Menor, y en ella se realizan los estudios de Preparatoria, donde los alumnos reciben una formación integral para discernir la vocación a la que Dios les llama, preparándose para ingresar al Postulantado de nuestra Congregación Religiosa.

Fue en 1919 cuando nuestro Fundador, el Venerable Padre Félix de Jesús Rougier, instauró la primera Escuela Apostólica en Tlalpan, del Distrito Federal. La llamó así porque su misión principal era formar apóstoles para Jesús, con una característica muy importante: su amor a la Santísima Virgen María. Señalaba que quien no amase apasionadamente a la Madre de Dios, por más santo que fuere, no sería Misionero del Espíritu Santo. Por tanto, insistía en que, desde la Apostólica, los futuros Misioneros fueran cultivando una sólida devoción a la Reina del Cielo.


Gradual expansión

Un año después de la muerte del Padre Fundador, en 1939, se fundó la actual Escuela Apostólica en Irapuato, Gto. Su primer Superior fue el Padre Manuel Hernández, M.SpS., a quien ya el Padre Félix había designado Superior de la Apostólica de Tlalpan por su ejemplar devoción a la Santísima Virgen. Al poco tiempo, trasladó su sede a San Pedro Tlaquepaque, Jal., y en 1960 pasó a sus actuales instalaciones de la Colonia Loma Bonita Residencial, en el Municipio de Zapopan. Desde aquel junio de 1939 comenzaron a llegar los primeros jóvenes alumnos que después se convertirían en reconocidos Sacerdotes y Hermanos Misioneros del Espíritu Santo, así como numerosos estudiantes, que si bien no continuaron en la Congregación, son ahora buenos Laicos, esposos y padres de familia. Hoy, 75 años después, por los frutos que ha dado, podemos decir que dicha Escuela ha venido cumpliendo cabalmente su misión de formar integralmente a sus alumnos y de cultivar vocaciones para la Iglesia en la vida sacerdotal, religiosa y laical.


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Impulso a las vocaciones

La Misa conmemorativa del 13 de junio fue presidida por el Reverendo .Padre Fernando Torre Medina-Mora, Superior General de los Misioneros del Espíritu Santo. En su homilía enfatizó la misión de la Escuela Apostólica de cultivar las vocaciones, señalando que ésta es una labor coral de toda la Iglesia, como decía San Juan Pablo II. Por ello, recordó que todos tenemos el compromiso de contribuir a que germinen en los corazones de la juventud las semillas de la vocación que Dios ya plantó. Mencionó que muchas veces los padres de familia piden a Dios que mande vocaciones, pero cuando alguno de los hijos manifiesta inquietudes, son ellos mismos los primeros en impedir que esa semilla germine. Por ello, el Padre General nos invitó a ser cristianos coherentes, a pedir a Dios que envíe vocaciones, sí, pero también a colaborar con Él en la búsqueda e impulso de éstas, empezando por nuestra propia familia.

Como egresado de la Apostólica, reconozco que ha sido de las mejores experiencias de mi vida. Siempre recuerdo aquella primera inquietud por entregar mi vida a la Causa de Jesús, que me movió a dejar mi familia y ciudad para responder a esta llamada como apostólico. No fue fácil dar este paso, y al principio me costaron mucho los desprendimientos y el adaptarme a la vida en comunidad, a los estudios con un nivel elevado y a la vida en la segunda ciudad más grande de México. Sin embargo, fue ahí donde obtuve las herramientas para aprender a convivir y ser más humano; por esta experiencia de formación, pude clarificar mis inquietudes y constatar mi identificación con la Espiritualidad de la Cruz y la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo. Y, especialmente, pude reconocer en mi vida la presencia de una Madre que me acompañaba y sostenía; aprendí a saberme y sentirme hijo de la Madre del Redentor.

Por todo lo anterior, damos gracias a Dios por lo que Él mismo ha hecho en estos cien años a través de los Misioneros del Espíritu Santo, particularmente por el trabajo que vienen realizando en la Escuela Apostólica durante estos tres cuartos de siglo.


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