Amigos, amigas:
Hoy quiero compartirles una reflexión sobre la Fiesta del Corpus Christi.
La estableció la Iglesia Universal en el Siglo XIII, y ha venido celebrándose desde entonces. En momentos históricos ha alcanzado muy altas expresiones de profunda religiosidad, pero en otros ha decaído, como sería el caso actual.
Y, a propósito de este tema, quiero relacionarlo con esta gran Ciudad, Guadalajara, donde se vive este fin de semana una manifestación multitudinaria en torno al Cuerpo de Cristo, con la Fiesta Diocesana del Corpus Christi.
Una Ciudad, a primera vista, normalmente nos ofrece la acción contrastante del hombre, ya que lo primero que aparece es la obra material, plasmada a través de obras arquitectónicas, altos edificios, monumentos históricos, vialidades modernas que enlazan toda la urbe, que la comunican, la embellecen y la hacen habitable. Las edificaciones son creaciones del hombre, resaltan lo refinado de su inteligencia y sensibilidad, pero también la ciudad nos expone su rostro de pobreza y marginación.
Pensemos, por ejemplo, en el cinturón de miseria que rodea esta gran Capital; pensemos en todos los que caminan por las calles pidiendo un taco o una moneda para sobrevivir; en tantos ancianos y pobres que viven abandonados en sus hogares, si es que no han sido echados de ellos; pensemos también en antros donde se desbocan, por así decirlo, los apetitos malsanos y adicciones de muchos seres entregados al sexo, al alcohol, a las drogas, a la violencia, al pandillerismo. En esta ciudad, pues, se manifiesta el hombre en toda su grandeza intelectual, como también en su pobreza espiritual.
Por eso, en este contexto contrastante de la Metrópoli, el día de la Procesión del Corpus Christi pretende resaltar y posicionar en la conciencia y en la mente de todas las personas que la habitan, esta verdad: que Dios es el Señor de la Ciudad, que Dios habita la Ciudad, aunque nosotros no queramos verlo así, no queramos aceptarlo o no queramos reconocerlo.
Nuestro Señor tiene una presencia permanente en esta Ciudad; una presencia discreta, tranquila, serena, pues no aparece castigando, condenando o tomando venganza contra el mal comportamiento de quienes transgreden sus Mandatos. Dios está entre nosotros como Él sólo sabe hacerlo: en el Amor y con el Amor para salvarnos. Esto no debemos olvidarlo ni pasarlo desapercibido, y la Procesión del Corpus Christi, que sale a recorrer las calles céntricas de esta urbe, nos recuerda esta gran verdad.
Ojalá que todos los que profesamos la Fe Católica, y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, se abran a esta realidad. Dios habita nuestra Ciudad, es el Señor de ella para amarla y para hacerla más humana y más amable. La habita para salvarla.
Yo les bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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