lunes, 21 de abril de 2014

Una fiesta a los cuatro vientos, a todos los vientos

Mirador de La Manzanilla


Texto y Foto: Pbro. Óscar Maldonado Villalpando


Quiere decirles de una fiesta que cautiva.


Una fiesta de verdad, una fiesta por sí misma, una fiesta pura.


Con el cantar más hermoso del mundo, cuyos acentos cruzan la misma Historia de esta Tierra.

El entorno y el decorado es un contraste, pues la Primavera agita en todos los seres del paraje. Pero solamente por dentro.


Por fuera, en el campo, todo es sequía y aridez; las piedras lloran soledad.


La tierra abre grietas de indigencia.


La vida está por ahí con sed de manifestarse, pero tenue, apenas perceptible.


Y a cielo abierto, al despuntar la aurora, se estrena el concierto más hermoso del mundo.


Los Príncipes del Campo, los cenzontles, de la Familia de los Reyes, como Netzahualcóyotl, desatan el florilegio de sus mil voces.


De los humildes huizaches, milagrosamente revestidos, vuelan los cantares tan variados.


Y allá a una distancia prudente, uno de ellos, de perfil esbelto y figura fina, canta en lo más alto, canta a todos los vientos.


¿Es esto el Cielo?, dijera Juan Diego.


Ellos son el milagro que describe el Peregrino de las campiñas de Galilea.


Aquél que dijo que ellos, los pajarillos, comen de la mano del Padre, que complacido gratifica tan hermosos cantos en su Creación.


Y ellos, aunque no se dejen ver muy claro, siguen cantando cuando la tarde anuncia el encendido crepúsculo. Cantan dando gracias.


Los cenzontles cumplen ancestralmente el designio creador.


Y el hombre abandona los parajes donde vive el viento, el sol, el monte, el pozo de agua, y se avecina al fragor de las máquinas, en el aire contaminado, en la polución moral.


Y abandona ese colorido y entonado paisaje, canto fino para almas nobles, canto eterno, voz de Dios.


En cambio, el hombre ha traído el cenzontle de su alma a morir en esta jaula de discordia, donde el ruido inicuo ha matado su canto al Creador.


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