-Me han tocado-
-Pero, Señor, si ya no te caben las heridas,
si todos están levantando las manos,
si todos te están golpeando-
-Me han llamado-
-¿Quién, Señor,
si toda la turba está blasfemando,
si toda te está gritando?-
-Me han mojado-
-Pero, ¿quién, Señor,
si todos arrojan escupitajos?
Alguien está deseando tremendamente,
antes, que tus ojos me descubran…
Yo soy. Yo soy el que tiró la piedra;
yo soy el de la escupida,
yo soy el de la blasfemia.
El Amor lo hace todo menos.
El Amor lo hizo:
Que te sintieras tocado,
que te sintieras mojado,
que te sintieras llamado.
Tenía vergüenza.
Pero yo no podía con la piedra;
la piedra de la espera
me estaba sepultando el alma.
Ya no aguantaba el buche amargo;
me estaba amargando el alma,
como una gota de agua
en un terrón de azúcar.
Ya no podía con el silencio;
me estaba anudando el cuello…
No pude menos que gritarle:
¡Sube, sube a la muerte,
desátame el silencio!…
En verdad, me resucitaste el alma
quitándome la piedra ;
me endulzaste el alma
dándome la Fe que eleva.
¡Sube, sube hasta la muerte!
Despacio.
Espera,
hasta que mis manos te eleven,
hasta que mis manos te sostengan-…
-Te perdono-.
Nadie ha muerto de piedra.
Nadie ha muerto de saliva.
Nadie ha muerto de blasfemia-.
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