El Seminario Diocesano Menor de Guadalajara no se cansa de dar frutos.
Como todo árbol bueno, como todo árbol saludable, vive para dar frutos.
Si mañana los naranjos plantados hace 50 años fenecen, es un hecho que el Seminario seguirá dando sus frutos, pues lo vivifica la savia divina.
En el orden humano, la sabia Naturaleza nos dice que los seres vivos no dejan de producir mientras tengan vida, así sean limitadas sus condiciones.
¡Cuánto más en el orden espiritual, pues este árbol magnífico del Seminario Menor nació para dar vida y vive para dar espléndidos frutos de vida!
Los que vivimos aquellos años de hace medio siglo; los que fuimos testigos y coautores en su nacimiento, no nos quedamos allá. Todos, el Seminario y nosotros (Sacerdotes y Laicos), hemos continuado al lomo de la vida.
No somos un mero recuerdo; somos realidades, cada uno según su ser, conforme a sus posibilidades y circunstancias.
El Seminario, entretanto, persevera en su sacra labor de seguir ofreciendo los frutos preciosos de las vocaciones. De los llamados y de los escogidos.
A su sombra, de sus ramas, penden las esperanzas de esta bendecida Iglesia particular tapatía.
A él llega la corriente vital de la cuatricentenaria historia diocesana, la fortaleza vivida en 150 Años de Arquidiócesis, como lo estamos celebrando.
Árbol que se renueva cada día, bajo su corteza bulle la vida de Gracia, y en sus ramas corre la Vida de Jesús, que también es su tronco y su hortelano.
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