jueves, 10 de abril de 2014

Daño al Templo de Santa Mónica, de Guadalajara

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THO


En esta Columna, dedicada a divulgar algunas actividades culturales en la Arquidiócesis de Guadalajara, lamentamos por esta vez el atentado que acaba de sufrir el Templo de Santa Mónica, joya del barroco hispanoamericano, que lleva años bajo un proceso de restauración muy oneroso y profesional.

De buenas a primeras, a un bárbaro se le ha ocurrido echar su firma en el muro testero del recinto, a sabiendas o ignorando (para el caso, lo mismo da) que la toba porosa de la cantera del Valle de Atemajac, de la que se extrajeron los sillares de esta obra, es muy sensible a la pintura en aerosol.

Sin duda, el mensaje que quien tal hizo no sólo hace evidente el repudio al Patrimonio, a la Historia y al Arte de nuestra Ciudad Capital, sino también a la escasa o nula participación de las jóvenes generaciones en la salvaguarda de los bienes culturales.

El Templo de Santa Mónica es lo único que sigue en pie del antiguo Convento de las Monjas Agustinas, Comunidad Religiosa que se extinguió cuando el Gobierno liberal encabezado por el Presidente Benito Juárez García dispuso la supresión de la Vida Consagrada en el país, en 1861.

Durante 150 años, el recinto albergó un reducto de oración y paz para mujeres que, inspirándose en la Regla de San Agustín, tuvieron por celestial intercesora a la madre de este Santo. Alentó el proyecto del Cenobio (Claustro), un Religioso Jesuita del todo relevante, Feliciano Pimentel, promotor muy activo de otro de los Conventos femeninos de Guadalajara, el de Jesús María.

Cuenta el Historiador Matías Ángel de la Mota Padilla, en su Historia de la Nueva Galicia, acerca de los desvelos y fatigas de aquel Religioso hace tres siglos para obtener la licencia del Rey a dicho Proyecto, y de los ingentes recursos que se destinaron para labrar con la exquisitez del platero mexicano el exterior del Templo y el Claustro, apodado “de los Ángeles” por su admirable belleza.

La Asociación Civil ‘Adopte una Obra de Arte’ rescató de la incuria este recinto, y ahora una mano cobarde lo afea. Sin duda, el actual Capellán, el Canónigo Pedro Ortega Pelayo, procurará de inmediato borrar tal mancha.


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