lunes, 21 de abril de 2014

La lucha por una vida matrimonial sana, es de dos

La Infidelidad


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Alonso Jaime Covarrubias y Ninfa Ornelas

Coordinadores de la Pastoral Familiar


Durante mucho tiempo ha prevalecido la idea de que “lo normal” es que el hombre sea el infiel en la vida matrimonial. Nuestro trabajo, como Matrimonio, en apoyar a otros, nos permite opinar sobre este tema, pues hemos encontrado otros factores y síntomas que han llevado a la mujer a seguir los mismos pasos del hombre; es decir, a ser ellas también las infieles.

Y esto no suele darse como venganza, sino porque el rol de la mujer en la actualidad le ha permitido rebasar límites que durante mucho tiempo le fueron prohibidos, como el abandonar su hogar en la búsqueda de un mejor ingreso para colaborar de forma económica en su matrimonio, lo cual constituye la primera explicación para esa falta.


QUIEREN IR A LA PAR
Por otra parte, también se ha permitido, en búsqueda de la “igualdad de sexos”, que ellas, traten de imitar la vida de los varones; es decir, exigir su derecho a divertirse con los amigos o amigas después de horas de trabajar; y aunque la alegría y la diversión son sanas y recomendables para quienes se esfuerzan laborando, todo tiene sus límites.

Porque se dan casos en que la mujer, como el hombre, buscando esparcirse con sus compañeras después de una jornada de trabajo, al acudir a algún centro de diversión, con frecuencia encontrarán ahí personas del sexo opuesto y no faltará alguno de ellos que invite la ronda de lo que estén compartiendo. Esto da origen a que algunas quieran experimentar esa “rara” sensación de saber “qué se siente” entablar relaciones con otra persona diferente y, puesto que se trata de un fruto prohibido, harán su mayor esfuerzo para probarlo, ya que esto les produce novedosas sensaciones y sentimientos inéditos.

Cuando esto sucede, los efectos en el hogar no se hacen esperar: se inician las llegadas tarde, la falta de cariño, la falta de atención, la premura por abandonar el hogar, la desatención de los hijos, y todo será “justificado” diciendo: “¡Es que tengo que trabajar más para ayudarte!” Éstos y otros síntomas son los que deben poner en alerta, tanto a ellas como a ellos, sobre todo en los primeros años de matrimonio.

También suele suceder que, al poco tiempo de casados, no pocos matrimonios caen en la rutina, en la falta de respeto, la intolerancia del uno hacia el otro. Y especialmente los jóvenes, al descubrir la realidad de su pareja y conocer a otras, les permite hacer comparaciones.


MIRADA AL FUTURO

Así pues, cuántas cosas tienen que planearse antes de casarse, y una de ellas, la principal, es el proyecto de vida. Aspecto esencial que conduce a estas rupturas en la vida matrimonial de muchos católicos, o que dicen serlo, es que se han alejado de Dios. Cristo deja de formar parte de sus existencias, y todo lo relacionado con su formación, pero principalmente la Persona de Cristo, no está en su proyecto de vida.

Y es que el mundo moderno secularizado, ha excluido la Fe para incluir todas las nuevas formas de tentaciones que encierra el hedonismo; es decir, la vida de placer, el hacer cada quien lo que más le agrada, lo que mejor le retribuya; modos de vida que, a fin de cuentas, los dejan vacíos, carentes de valores y virtudes, pero que numerosos esposos de hoy adoptan como una moda que incluye sólo eso, la búsqueda del gozo, en una plenitud mal entendida.

Esto produce entonces, en los matrimonios, un distanciamiento evidente, pues aunque formalmente dicen “vivir juntos”, son continuas sus diferencias; no hay acuerdos; no existe una mutua y verdadera donación y entrega.

Otra de las causas que conducen a las infidelidades y rupturas, es que en tantos casos se ha perdido la formación remota y básica en la preparación al matrimonio; ésa que se provee desde el hogar, de los valores de la familia inculcados desde la niñez, pues es ahí donde comienza la preparación para un buen matrimonio.


LO QUE SE SIEMBRA…

Y es que a menudo se observa que en las celebraciones dominicales una notable ausencia de jóvenes. Los papás, cuando se preocupan, sólo llevan a sus hijos pequeños a prepararse para la recepción de los Sacramentos de la Comunión y Confirmación, pero después consideran que ya no es necesario ni llevarlos ni exigirles que acudan a su Parroquia a seguir cumpliendo sus obligaciones de fieles cristianos. Esta desatención paternal ocasiona que los intereses de los hijos se encaminen por otros rumbos; todos, menos la formación espiritual.

Cuando se crece sin ese temor de Dios, a los jóvenes les da lo mismo, y les deja insensibles el escuchar que abundan la violencia, robos, venta de drogas y armas, guerras entre pandillas, ataques sexuales, secuestros y asesinatos; todo lo asumen “con la mayor naturalidad” y sin importarles.

Es tiempo, pues, de apostarle a una forma de vida mejor; que los principios morales sean heredados de padres a hijos; que el respeto, la honradez, el trabajo, el donarse a los demás, sean valores infundidos y practicados en cada hogar, los cuales vienen a ser la preparación remota al matrimonio, para que, que cuando se contraiga éste, puedan ambos cónyuges vivir con verdadero amor, en armonía, con alegría, con una fuerza y entusiasmo grande por la vida, evitando así caer en la infidelidad, que es la semilla que destruye la institución matrimonial, y causa de dolor y desgracias, tanto para la pareja como para los hijos que hayan engendrado.


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