jueves, 3 de abril de 2014

Las “malas palabras”

Todo depende…


Aunque en la actualidad cada vez resulta más común comprobar la pobreza de vocabulario y el incremento de términos corrientes o de muy mal gusto, es importante inculcar en las nuevas generaciones la conveniencia y el agrado de saber emplear con corrección nuestro riquísimo idioma.


Chaval orador


Juan Manuel Orozco Angulo


Uno de mis nietos, con cierta pena, me preguntó el otro día: ‘¿Es pecado decir malas palabras?’ Como respuesta me atreví a asegurarle que, en mi opinión, todas las palabras son buenas porque nos sirven para comunicar nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y experiencias. Son una útil herramienta con la que podemos socializar, y a Dios le agrada esta acción.

No creo que haya palabras buenas y palabras malas, le expliqué; lo que hay son intenciones de agredir, de elogiar o, simplemente, de expresarse con propiedad. Y luego ilustré mi afirmación con un ejemplo:

Alguien puede saludar a un amigo muy entrañable, con gran regocijo, después de mucho tiempo de no verlo, profiriendo palabras altisonantes y dándole un abrazo cordial. Y el amigo no se sentirá ofendido, sino feliz, porque advertirá que las insolencias no llevan la intención de ofenderlo, sino que manifiestan una explosión de alegría por su reencuentro. En cambio, si a ti te digo: ‘¡Qué tontito eres…!’ (o hasta uso un sinónimo más hiriente), con evidentes deseos de humillarte, te sentirás agredido, muy a pesar de que estas palabras, en sí, no expresan necesariamente una grave ofensa.


Un lugar para cada cosa…
Las palabras son como las ropas que vistes: siempre hay prendas propias para cada ocasión, y si no sabes usarlas, te expones a un penoso ridículo. ¿Qué te parecería, por ejemplo, ver a un señor, bañándose en la playa, enfundado en un elegante frac o en un smoking de gala? Se vería igual de mal que aquél que se presentara en una ceremonia formal, ataviado con traje de baño.

Mi nieto se quedó perplejo, y yo continué con mi perorata: El uso de las palabras y de las ropas exige un momento y un lugar adecuados, y quien no se adapta a las circunstancias, manifiesta su mal gusto y su falta de urbanidad.

Lo que acontece con los vestidos sucede con las palabras: No es lo mismo pronunciar palabras altisonantes en un corral de vacas, que en un templo o ante personas respetables.

Siempre hay momentos y sitios pertinentes para nuestras expresiones -continué-, y si no te adaptas a tales circunstancias, mostrarás una mala educación y una falta de respeto para quienes están presentes.

Un Sacerdote, amigo mío, me platicó que, en una junta en el Distrito Federal, con gente social y económicamente destacada, el coordinador de la reunión se desbozaló profiriendo repetidamente palabras soeces, y en cuanto cayó en la cuenta de su desacato, ofreció disculpas por ello; entonces, el Sacerdote contestó muy ecuánime: “No te preocupes, hijo, cada quien habla conforme a la educación que recibió en su casa”. El que presidía la junta (un hombre muy conocido, por cierto), se sonrojó de vergüenza.

Con respecto a tus temores de caer en pecado cuando dices ‘malas palabras’ -agregué-, voy a decirte la definición de pecado grave que aprendí en la escuela: Para que haya pecado mortal debe haber intención de ofender a Dios, pleno conocimiento, pleno consentimiento y que la materia sea grave.

A partir de ese día, mi nieto se abstuvo de proferir, ante mí, las palabrotas que aprendió en las canchas de futbol y que solía pronunciar delante de personas y en sitios respetables.


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