jueves, 3 de abril de 2014

Rincón Poético

DOLOROSA


Junto a la Cruz de tu Hijo,

estás de pie, dolorosa.

Él te mira, sorprendido,

por sus cuencas ojerosas.

Su mirada transparente

se está poniendo vidriosa.

El dolor traspasa tu alma

con siete espadas filosas.

Tú contemplas su agonía

y te pones valerosa.


Su Cuerpo entero, tan bello,

es una llaga horrorosa.

¿Cómo limpiarle la Sangre,

tan divina, tan preciosa?

¡Es mejor que se derrame

en cascada venturosa,

y acabándose ya pronto,

traiga la Vida gloriosa!

¿Cómo quitarle los clavos,

aliviando su deshonra,

si la Cruz ya lo ha abrazado

como si fuera su esposa?

¿Cómo cantarle al oído

una canción amorosa

si los golpes del martillo,

en sucesión tormentosa,

acaparan su atención

con su música espantosa?

¿Cómo limpiarle la frente

si la cubre la corona

con retorcida crueldad

y con espinas de sobra?

¿Cómo tejerle su Carne,

tan rasgada y tan rasposa?

Es una veste manchada.

Era limpia y muy hermosa.

¿Te acuerdas que la tejiste

como Madre cariñosa?


¿Qué maldición le cayó

para estar así ahora?

¿Por qué lo mata la muerte

frente a tus ojos ahora?

¿Por qué, valiente, resistes,

aunque la angustia te ahoga?


Cargó con nuestros pecados

su voluntad redentora.

Por su gran Misericordia

nos ha liberado ahora.

De nosotros los humanos,

la condición pecadora,

por Él está redimida…

¡Perdónanos, gran Señora!


Pbro. Cándido Ojeda Robles.


Señor del Consuelo


¡NO LLORES, MADRE!


No llores: seca tu llanto;

no llores, tierna Paloma,

si esa lágrima que asoma

tembladora en tu pestaña

es de duelo y de quebranto.

Virgen, la mano que ensaña

contra tu pecho el puñal,

que no más hunda su acero;

no aseste su golpe fiero

en tu pecho virginal.


Esas lágrimas ardientes

queman la flor de tu boca…

¿Cúya es el alma de roca

que no se duele en tu pena?

¿A tu duelo, indiferentes

habrá, gentil Nazarena?

¿Habrá quien, sordo a tu grito

de angustia y desolación,

sienta helado el corazón

y duro como el granito?

No quiero ver tu pupila

vidriada; no quiero verla

cuando una líquida perla,

pura, ardiente, tembladora,

en tus pestañas oscila…

¿Por qué, doliente Señora,

no viene el Querub alado

y limpia de tu faz mustia

esa lágrima de angustia?…

¡Triste lirio marchitado!…


Virgen dolorosa, dime

¿por qué, insensible, el viajero

te ve cerca del madero

y pasa… dime, por qué?

¿Cómo, Víctima sublime,

cómo estar puedes de pie

al frío soplo de la muerte

que vaga en torno de Ti?

¿Qué mano te tiene fuerte?

¿Quién te alienta, Madre?… ¡Dí!

Cese ya, Virgen, tu llanto;

tu dolor, Lirio del Valle,

un eco en mi alma halle;

y esa lágrima que baña

tus pupilas, que el quebranto

arrancó, que en tu pestaña

se evapore, Madre mía…

Olvida ya los agravios;

tengan sonrisas tus labios;

tu corazón, alegría…


Pbro. Maximino Pozos Hernández.


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