DOLOROSA
Junto a la Cruz de tu Hijo,
estás de pie, dolorosa.
Él te mira, sorprendido,
por sus cuencas ojerosas.
Su mirada transparente
se está poniendo vidriosa.
El dolor traspasa tu alma
con siete espadas filosas.
Tú contemplas su agonía
y te pones valerosa.
Su Cuerpo entero, tan bello,
es una llaga horrorosa.
¿Cómo limpiarle la Sangre,
tan divina, tan preciosa?
¡Es mejor que se derrame
en cascada venturosa,
y acabándose ya pronto,
traiga la Vida gloriosa!
¿Cómo quitarle los clavos,
aliviando su deshonra,
si la Cruz ya lo ha abrazado
como si fuera su esposa?
¿Cómo cantarle al oído
una canción amorosa
si los golpes del martillo,
en sucesión tormentosa,
acaparan su atención
con su música espantosa?
¿Cómo limpiarle la frente
si la cubre la corona
con retorcida crueldad
y con espinas de sobra?
¿Cómo tejerle su Carne,
tan rasgada y tan rasposa?
Es una veste manchada.
Era limpia y muy hermosa.
¿Te acuerdas que la tejiste
como Madre cariñosa?
¿Qué maldición le cayó
para estar así ahora?
¿Por qué lo mata la muerte
frente a tus ojos ahora?
¿Por qué, valiente, resistes,
aunque la angustia te ahoga?
Cargó con nuestros pecados
su voluntad redentora.
Por su gran Misericordia
nos ha liberado ahora.
De nosotros los humanos,
la condición pecadora,
por Él está redimida…
¡Perdónanos, gran Señora!
Pbro. Cándido Ojeda Robles.
¡NO LLORES, MADRE!
No llores: seca tu llanto;
no llores, tierna Paloma,
si esa lágrima que asoma
tembladora en tu pestaña
es de duelo y de quebranto.
Virgen, la mano que ensaña
contra tu pecho el puñal,
que no más hunda su acero;
no aseste su golpe fiero
en tu pecho virginal.
Esas lágrimas ardientes
queman la flor de tu boca…
¿Cúya es el alma de roca
que no se duele en tu pena?
¿A tu duelo, indiferentes
habrá, gentil Nazarena?
¿Habrá quien, sordo a tu grito
de angustia y desolación,
sienta helado el corazón
y duro como el granito?
No quiero ver tu pupila
vidriada; no quiero verla
cuando una líquida perla,
pura, ardiente, tembladora,
en tus pestañas oscila…
¿Por qué, doliente Señora,
no viene el Querub alado
y limpia de tu faz mustia
esa lágrima de angustia?…
¡Triste lirio marchitado!…
Virgen dolorosa, dime
¿por qué, insensible, el viajero
te ve cerca del madero
y pasa… dime, por qué?
¿Cómo, Víctima sublime,
cómo estar puedes de pie
al frío soplo de la muerte
que vaga en torno de Ti?
¿Qué mano te tiene fuerte?
¿Quién te alienta, Madre?… ¡Dí!
Cese ya, Virgen, tu llanto;
tu dolor, Lirio del Valle,
un eco en mi alma halle;
y esa lágrima que baña
tus pupilas, que el quebranto
arrancó, que en tu pestaña
se evapore, Madre mía…
Olvida ya los agravios;
tengan sonrisas tus labios;
tu corazón, alegría…
Pbro. Maximino Pozos Hernández.
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