Desde adentro
Mtro. Marco Antonio Lôme Soriano
Instituto Pontificio Juan Pablo II para la Familia
Se ha dicho que la Fe se aprende en casa, y así como los primeros pasos se dan en el hogar, la semilla de la Fe también debe florecer en la familia, que es la primera Escuela de la Fe y de la Evangelización, recomendación sobre la cual hacía tanto énfasis nuestro próximo Santo, el Papa Juan Pablo II.
No hace mucho, tuve la oportunidad de conocer la historia de “Mamá Cindy”. Tal vez los Medios de Comunicación no se han percatado de su existencia porque a ella le gusta tener su sonrisa en lo escondido y estar detrás de una cocina cumpliendo sus obligaciones hogareñas. Mas ella es la señora más alegre que se pueda encontrar; siempre queriendo contagiar su entusiasmo a sus hijos, no sólo en lo humano, sino también en lo espiritual.
Conoció a su esposo y se fue con él a explorar nuevas tierras, donde no sólo aprendió a cocinar, sino a ser una buena esposa y una mejor madre, en medio del sacrificio y sufrimiento, a veces llevado en silencio. Ella se dedicó de lleno a construir toda una familia poniendo en los cimientos a Dios. Algunos pudieran creer en la actualidad que estas familias son formadas a la “antigua”, y pueden crearse sofismas que afirmen que hoy eso es casi imposible porque “ya no hay tiempo”; sin embargo, se olvidan que una herramienta valiosísima para evangelizar a la propia familia es el testimonio que, como padres, se da a los hijos.
Papás orantes, cosechan hijos que entienden mejor las cosas de Dios
Cindy enseñó a sus hijos que Dios es lo más importante en sus vidas, y que, si es así, no hay cabida para la tristeza. Con su ejemplo, demostró que había que vivir la vida de cristiano con alegría, como recientemente el Papa Francisco ha invitado a vivir la vocación de cristianos, con alegría.
Tuvo que luchar contra la pobreza, pero siempre dio muestras de fortaleza porque en toda circunstancia fue el sostén de la casa; porque, en medio de la escasez, su riqueza fue siempre el amor y el cariño con que cobijaba a su familia, en las buenas y en las malas. Y tanto sacrificio valió la pena, porque hoy ha visto que sus hijos, poco a poco, han ido poniendo a Dios en sus vidas y en sus hogares.
¿Por qué hablar de Mamá Cindy?
Porque se ha convertido en la madre de muchos que han sabido encontrar, detrás de esos ojos verdes, el candor de un hogar y la vivencia de una vida cristiana con optimismo, sencillez, naturalidad y coherencia. Desde un inicio, entendió que la mejor inversión en su vida es la familia ¡Y vaya si le está dando rendimiento!, no sólo en sus hijos, sino en muchas otras familias que han visto su testimonio y han decidido imitar semejantes esfuerzos.
Con ella muchos han aprendido a ver que el matrimonio se hizo para hacer feliz al otro. La idea es muy clara: cada quien debe preocuparse por hacer feliz al prójimo, olvidándose de sí; la felicidad es ver feliz a aquél que está al lado, aprender que el compromiso matrimonial es para siempre, en las buenas y en las malas, y que Dios tiene que ser el centro de la familia.
Quien se compromete a entender esto y a transmitirlo, estará colaborando en la misión evangelizadora de la Iglesia, porque estará formando generaciones para la Sociedad, no sólo con valores, sino con Fe. Dios, al bendecir una pareja y una familia, pide que se le ame a Él en la persona del otro, en la entrega mutua del esposo (a) y de los hijos… Por eso, la familia debe ser la principal misión, antes que cualquier otra cosa en la vida.
A ejemplo, pues, de Cindy, hay que vivir la vocación de familia en Dios, y con alegría contribuir a esta misión evangelizadora.
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