Ejemplo de servicio callado
Rafael Ramírez Lira
Sin buscar el reconocimiento de la Sociedad ni creerse merecedoras de un pedazo de Cielo, muchas personas, desde la sencillez del silencio, han brindado cariño, atención y cuidados a Seminaristas y Sacerdotes. Algunas han quedado en el olvido y consumiendo su existencia, tan sólo arropadas con los buenos recuerdos y pidiendo a Dios por aquéllos que pasaron por su vida de amor y favores.
Micaela Real Mariscal es una señora de 93 años que sufrió la falta del esposo al quedar viuda, pero con el cual procreó diez hijos, y tuvo todavía el corazón para alimentar y consentir a varias generaciones de Seminaristas que fueron asignados durante su Año de Servicio a la Parroquia de San Bernardo, en Guadalajara.
“Doña Mica” es el nombre familiar y cariñoso que se ganó en todos los que disfrutaron de sus cuidados. Por allí pasaron el señor Cura Pedro Castro Mendoza y los Sacerdotes que en diversos períodos trabajaron en la pastoral parroquial de esa comunidad.
Calor de hogar
En la mesa de un improvisado comedor solían escucharse los planes de la Parroquia, los proyectos y afanes de la construcción del templo, las inquietudes pastorales y también las pláticas amenas. Mas siempre doña Micaelita, dedicada a lo suyo: servir y mantenerse al margen de los asuntos abordados, hasta que le llegaba el turno, y entonces se animaba la plática con el trato de la familia, y todos se hacían uno en la cordialidad.
Día a día, la familia de esta bondadosa señora abría su puerta y recibía, con el aroma del café recién hecho, a Sacerdotes y Seminaristas. La comida y la cena eran momentos igualmente compartidos, y la generosa anfitriona siempre sorprendía a todos con su magnífica sazón. Si hacía calor, el agua fresca no faltaba; si el tiempo era frío, estaba ya preparada una humeante taza de chocolate; pero lo que nunca faltaba eran las sonrisas de ella y de su familia.
Remembranzas y humildad
Ahora, tras muchos años idos, en su mente toman vida los recuerdos. Sonríe como haciendo memoria de tantos Seminaristas y Sacerdotes que conoció pasando por su casa. Más de treinta años han transcurrido desde que el Padre Castro le llevó al primer Seminarista que allí hizo su Año de Servicio, y a partir de entonces a todos los que le siguieron los adoptó con cariño en su familia.
Seguramente nunca han acudido a su mente, para hacerlas valer, las palabras bíblicas que prometen el premio a quienes acogen en su casa a un peregrino, ni al que da de comer y de beber a un extraño. No buscó negociar con Dios su generosidad ni sembrar para tener un espacio en la vida eterna. Fue la bondad natural de su corazón la que, sin dobleces, ofreció sin excusas ni excepciones. Fue el cariño por servir lo que la mantuvo constante en su entrega diaria.
Como ella, numerosas personas han dado parte de su vida para que otros se nutran y lleven tatuado el testimonio de la generosidad, con el empeño de transmitirlo igual. Esos testigos callados son los titanes de la Fe, son los maestros del Amor y el lenguaje vivo de la Caridad.
Quizás algunos que por allí pasaron olvidaron ya aquel sabor de familia que les permitieron sentir, y endurecieron sus recuerdos para no voltear a ver las huellas que ha dejado el tiempo en quienes un día entregaron su mejor esfuerzo. Pero a estas personas de acción callada y compromiso inquebrantable va nuestro agradecimiento pleno, en vida, así como el deseo de abundantes satisfacciones y la corona de los elegidos por el Buen Padre.
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