Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
Una película de Sydney Pollack (1985) tiene una escena en donde, sobrevolando unos lugares increíbles de África, en una avioneta de dos plazas, uno de los personajes expresa una emoción singular cuando recibe el regalo de “poder mirar el mundo con los ojos de Dios”. Este filme, que lleva el nombre de “África mía”, hace recorridos singularmente hermosos y atrevidos. Invita este vuelo, al ser humano, a ubicarse en el contexto del mundo en una dimensión más modesta en referencia al Espacio y la Creación. Observar el mundo siempre ha sido un buen camino para descubrir al Creador, para encontrar a Dios.
Mirar desde arriba… es la oportunidad de acceder en actitud contemplativa a un Mural del Universo; disfrutar con anhelo los bordes del mar que hacen guardia a las montañas; dejar correr la mirada por la cresta de las cordilleras, sin fatiga, con la verdadera perspectiva de lo grande y hermoso, frente al retrato de lo trivial; ser testigos de los bordados que no deja de renovar la mano del Creador en el alma de los bosques, los desiertos; ver la cuadrícula, la geometría de los sembradíos, veredas, ciudades, autopistas; pero, sobre todo, tener dimensión de lo relativo, la pequeñez y la grandeza de cada ser humano.
Contemplando el todo es la única manera de tomar decisiones que nos corresponden en un retazo del mundo, el que tenemos a nuestro alcance. El asombro de poder mirar una isla de un solo golpe, cultivos circulares, nubes que como pequeños algodones que limpian el rostro marchito del globo terráqueo. Vegetación exuberante que apenas aparece como un brochazo débil entre los tonos áridos de las montañas. Bosques que son adorno entre las venas de los ríos que llevan respiro y alimento al trabajo del hombre.
Presas y lagos, espejos para mirar el cielo, abrir veredas de consuelo, tecnología que se teje de mil maneras para decorar el mundo. Ciudades que son rubor brillante para embellecer desiertos, planicies y laderas. Bordes de las ciudades que son cicatrices del sufrimiento y atraso, y que se atreven con insolencia o cierta humildad a serpentear las grandes mansiones. El mar que reprime o abraza a la tierra, y ésta que quiere conquistarlo y apenas lo toca entre modestia y asombro.
Caminos y veredas entre montañas y maleza que apenas son guión y garabato para descifrar a los pueblos y su gente. Todo esto puede rondar a los ojos de alguien capaz de mirar con cariño y aplaudir la obra salida de las manos del Hacedor. Allá abajo, muchos hombres y mujeres con historias, lugares y tiempos diferentes; creencias y religiones a veces opuestas, buscan con anhelo claves para interpretar la vida. Pueblos y ciudades divididos por la marca de los ríos o las bardas de fronteras hechizas. ¿Cómo nos mirará Dios cuando nosotros miramos el mundo?
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