Navidad entre dolor y desesperanza
La adolescencia no es una amenaza; es una oportunidad. Y, como todas las opciones, tiene sus logros y sus riesgos. El alcanzar unos y evitar los otros no es asunto exclusivo del mismo muchacho, sino un tema inicialmente familiar, aunque de fuerte impacto social, y ligado, por supuesto, a las convicciones y prácticas religiosas de cada ser humano. Pero también tiene mucho qué ver con las plataformas educativas de desarrollo, la profilaxis preventiva y las terapéuticas que deben ofrecer la Familia, la Sociedad y los Gobiernos en sus distintos niveles.
A la fecha, hay datos preocupantes que encienden alarmas sobre la urgencia de corregir el rumbo a tiempo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el país de América Latina que registra mayor número de suicidios es Argentina, seguido por Venezuela, Brasil y México. Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), exhibe a Jalisco a la cabeza de los Estados de la República que registran mayores índices de suicidios entre adolescentes. Nada, pues, que nos enorgullezca.
¿Cuáles son los caminos frecuentes que conducen a este desfiladero? Los especialistas hacen algunas anotaciones que pueden servir de señales de alerta para buscar oportunos remedios, tanto profesionales como caseros. La depresión es una enfermedad que conlleva un riesgo de suicidio del 10% hasta 30%, cuando es considerada grave. Otras causales son: malas relaciones afectivas; falta de comunicación entre padres e hijos; consumo desmedido de alcohol y/o de sustancias tóxicas.
La sociedad consumista presiona sin misericordia y sin distinciones. Los hogares están sometidos al constante bombardeo de la mercadotecnia que incita y propone modelos de vida y metas inalcanzables para muchos, orillando al individuo, en ocasiones, a tomar decisiones erradas y dolorosas. Recientemente, en nuestro entorno, el suicidio entre los adolescentes ha registrado un aumento dramático. Hay datos escalofriantes que nos invitan a adoptar medidas inmediatas. El suicidio es la tercera causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, y la sexta causa de muerte para aquellos ¡de entre 5 y 14 años! Para revertir estos datos, existen, ciertamente, algunas iniciativas singulares, pero hacen falta acciones más enérgicas, incluso desde el nivel familiar.
Los púberes son vulnerables de manera única; experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión, dudas de sí mismos, presión para lograr el éxito, incertidumbre financiera, y otros miedos, mientras van creciendo. Y los problemas familiares golpean muy directamente cada vez a mayor cantidad de chamacos; entre ellos, el divorcio de sus padres o el tener que lidiar con padrastros y hermanastros; situaciones que pueden perturbarlos y provocarles dudas sobre su identidad y alcances. Ante eso, el suicidio aparenta ser una solución final a sus problemas y al estrés por éstos generado. Y si le adicionamos a este diagnóstico la poca fortaleza, escasa educación y nula práctica religiosa, no sólo los adolescentes pueden sufrir crisis que los conduzcan a callejones sin salida, sino que toda la familia se trastorna.
La inconsistencia religiosa o el conflicto familiar pueden, no sólo a los chavos sino a cualquier ser humano, arrojarnos al barranco de la desesperación, mientras que la cercanía con Dios nos proporciona fuerza anímica, consuelo y esperanza, que son requeridas, sobre todo en estos tiempos gélidos y melancólicos de la ya cercana Navidad.
Pensemos, por ejemplo, que en tanto la inmensa mayoría festeja alegremente el Nacimiento de Jesús ofreciendo o recibiendo afectos familiares, muchos permanecen aislados en su tristeza o hundidos en la soledad; situaciones que orillan equivocadamente a opciones fatales. Y es que, cuando alguien decide que no hay esperanza para sus problemas en este mundo, ha comenzado a creer en una mentira: “Quitarse la vida es mejor que vivir la vida que Dios le ha dado”.
Adviento-Navidad es tiempo, pues, de acercarse al Señor, que se compadece de cada uno y quiere estar presente en la verdad y en la alegría de vivir de todos sus hijos.
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