Anima a acrecentar nuestra Esperanza
El 21 de noviembre se cumplieron 39 años de que partió al Cielo la Venerable Madre Julia Navarrete Guerrero, mujer extraordinaria, lideresa natural, apasionada por Jesucristo, de ideales claros y firmes, trabajadora incansable, y mística
Hna. Ma. Estela Hernández Vergara
Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María
Fue mujer de una pieza, de fina caridad y elocuente en sus palabras por la coherencia de su vida. ¡Qué gran mujer; todo un ejemplo a seguir! Quiero presentar la vida de esta Religiosa a quien llamo “Madre” en toda la extensión de la palabra, porque, como dice el Apóstol, me siento hija de manera especial en la Fe, por haber disfrutado la gracia inmerecida de tenerla como Maestra. La presento como modelo, precisamente en este año que recién acaba de concluir, el Año de la Fe.
Supuso una gran dosis de tenacidad que a los 17 años abandonara su tierra natal, Oaxaca, a sus padres y hermanos, siguiendo el llamado de Jesús para servirle. También Fe, para dejarse guiar por su Director Espiritual y, en sólo 15 minutos, cambiar el rumbo de su vida e ingresar a una Congregación naciente, con la única seguridad de que Dios se lo pedía.
Fe, para ser fiel al compromiso establecido con Dios, de seguir el carisma inicial dado por el Padre Fundador, Alberto Cuscó Mir, S. J., y dirigirse a Aguascalientes sin seguridad alguna, contra toda lógica humana, abandonando la barquichuela de su vida en las olas impetuosas del mar, llamado “confianza divina”. Fe, para formar y guiar la Familia Religiosa de Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María, que le encomendara el Padre Alberto a la corta edad de 22 años y, sin ningún apoyo económico, lanzarse a la gran aventura del Reino por amor al Corazón Sagrado de Jesús, que fue, en toda su vida, la razón de su existir.
En la soledad y en las dificultades, sólo Fe
A pesar del dolor, la Madre Julia tuvo que avanzar sola en esa empresa, pues su gran amiga y cofundadora fue llamada por Dios apenas iniciando la aventura. En medio de todo, supo infundir ánimo a sus hermanas irradiando alegría, esa alegría que sólo nace del gozo de cumplir la Voluntad de Dios.
Así, en medio de la persecución religiosa, sólo el amor a Dios la motivó a sortear toda serie de dificultades y peligros por el bien de su Comunidad y sus dirigidas. Su celo apostólico llegó hasta Estados Unidos, y con grandes penurias logró establecer Casas Religiosas para la atención de grupos juveniles, en los que inyectaba el amor a Jesucristo, las sanas costumbres y la cultura.
Esa gran Fe la alimentaba diariamente con oración asidua y confiada, porque era inmenso su amor a Dios, y que comunicaba a otras personas con el simple trato. Esto la llevó a abrir y a atender diversos apostolados: Escuelas, Orfanatorios, Misiones, Grupos Juveniles, Promoción de la Mujer, sin tener medios económicos suficientes. Emprendía las cosas diciendo: “Dios proveerá”, y siempre salían bien.
Fe ante los ataques y difamaciones
Fe, para no abrir la boca ni defenderse, ante más de cien acusaciones que llegaron a Roma en su contra por enemigos internos y externos. Toda su confianza estaba puesta en Dios. Fe, ante las ingratitudes, desprecios, incomprensiones, olvidos simulados y múltiples sufrimientos internos. Fe, ante la separación de su amada Congregación. Esta Fe que supone obediencia perfecta, porque sabe que detrás de toda criatura, circunstancia, acontecimiento, está la mano bendita de Dios que mueve el rumbo del Universo entero.
Fe, ante la enfermedad que la acompañó durante sus largos 93 años, sobre todo en su ancianidad, cuando se desmoronaron sus huesos, vivió crucificada en su silla de ruedas, sin por ello exasperarse o incurrir en desaliento.
Fe, en el lecho de la muerte a las puertas del Cielo… sabía a Quién se había confiado, a Jesucristo, y esa confianza plena en Él era su garantía, su anhelo, su pase directo a los brazos del Padre amado, a quien durante toda su vida había entregado su ser y su quehacer.
Pero la Fe de la Madre Julia fue siempre una luz inextinguible que iluminó no únicamente su vida, sino muchas vidas que se acercaron a ella y recibieron esa llama que las mantuvo y, aún hoy día, su vida, su ejemplo, doctrina y enseñanzas siguen siendo faro en estas obras que ella fundó, y en la Sociedad en general.
“En medio de la persecución religiosa, sólo el amor a Dios la motivó a sortear toda serie de dificultades y peligros por el bien de su Comunidad y sus dirigidas”.
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