Cuarto Domingo de Adviento
Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del Reino Divino.
Casi todas las cosas son dobles en Nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro. En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda, se revestirá de luz como vestidura. En la primera, soportó la Cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra, vendrá glorificado, y escoltado por un Ejército de Ángeles.
No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los Ángeles, aclamaremos, adorándolo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
(De las Cartas Pastorales de San Carlos Borromeo).
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