Juan López Vergara
El Santo Evangelio según San Mateo, que nuestra Madre Iglesia nos ofrece para este último Domingo de Adviento, relata el anuncio del Nacimiento virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo. Es un texto de anunciación que nos descubre la generosa Misión del Señor Jesús y también la de San José (Mt 1, 18-25).
El hombre supera infinitamente al hombre
Todo se nos presenta envuelto en un halo de Misterio: una linda jovencita, a quien el Cielo la convierte en Madre, y un varón decente, honorable, bondadoso, que al enterarse decide retirarse para no hacer daño: “Jesucristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su Madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que Ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando a un hijo. José, su esposo, que era un hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto” (vv. 18-19).
En el mundo judío, ‘justo’ (tsaddik) se decía de las personas que observaban fielmente la Ley de Moisés, que prescribe denunciar el hecho, lo cual hubiera significado que María habría sido juzgada como adúltera (compárese Dt 22, 23-27). José decidió proceder compasivamente. Ante semejante testimonio de bondad, nos arrodillamos embargados con la mayor admiración y el más profundo agradecimiento, evocando aquellas alentadoras palabras de Pascal: “El hombre supera infinitamente al hombre”.
La extraordinaria paternidad de José
Un Mensajero divino se le apareció a José y le dijo: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un Hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (vv. 20-21).
El Ángel ordenó a José imponerle el nombre a la criatura. Esto significa que, conforme a la Voluntad de Dios, José debe aceptar a Jesús como su hijo. El Evangelista subraya este hecho porque en el mundo judío un niño no pasaba a formar parte de la descendencia paterna hasta que hubiese sido reconocido o adoptado por su padre.
José aceptó y realizó con singular responsabilidad su paternidad, enseñando a Jesús a ser un hombre de Bien, respetuoso de su Fe y de sus tradiciones, trabajador, responsable, honesto, cumplidor.
Jesús: Misterio de Amor
El personaje central del Santo Evangelio es el Señor Jesús. Con su nombre, inicia y concluye el relato (véanse v. 18 y v. 25). El Evangelista aplicó el Oráculo del Emmanuel a lo acontecido (compárense los vv. 22-23 con Is 7, 10-14). El significado de su nombre orienta a su vocación más íntima, aquella que entraña Salvación, la cual no se circunscribe -como comúnmente se entiende- sólo en rescatarnos del Mal, sino, ante todo, en promover todo el Bien posible para nuestra más plena realización.
Miremos, por tanto, con hondo agradecimiento hacia lo Alto, cara a cara, nuestra dignidad, pues como enseñan los Santos Padres: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios”.
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