Daniel León Cueva
No son pocas las intervenciones de Ángeles y Arcángeles que nos datan las Sagradas Escrituras, hablando o interactuando con los hombres. Pero, de aquí para allá, del ser humano hacia el espíritu puro, ¿qué podrá decírsele?, ¿en qué lenguaje?, ¿quién ha oído un diálogo así?
Es diferente encomendarse al Guarda, al Custodio que la Soberana Piedad ha dispuesto para cada uno, y al que sin tapujos ni recelo le confiamos previamente el auxilio ante las contingencias, la luz al entendimiento, el gobierno de nuestras inclinaciones.
Seguramente muchos juzgarán de demencia, disparate o de mera ocurrencia el atrevimiento de este bien intencionado cristiano para topar de frente la imagen de esta figura celestial, mirarle a los ojos y soltarle palabras sin recato ni prejuicios.
Y pareciera que el Ángel, a la enorme distancia de la geografía y del tiempo, lo cuenta también entre los hombres de buena voluntad que han de ir a dar Gloria a Dios en el Portal de Belén, para llenar de dicha su corazón y de Paz a toda la Tierra.
Es el privilegio concedido a los pobres de espíritu y verdaderamente humildes.
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