Segundo Domingo de Adviento
Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del Diablo, se apartó de Dios desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del Ángel para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su Palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, Ésta se dejó persuadir a obedecerle, de modo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.
Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido Cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente, en el Génesis: ‘Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; Ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras’.
Con estas palabras, se proclama de antemano que Aquél que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán, habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su Carta a los Gálatas: ‘La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa’.
Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma Carta, cuando dice: ‘Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer, ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él’.
Por esta razón, el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en Sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la Vida, gracias a un hombre vencedor.
(Del Tratado de San Ireneo,
Obispo, contra las herejías).
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