¿Murmuran, Sancho? …
Pbro. Emiliano Valadez Fernández
Lagos de Moreno, Jal.
Quiero comentar con ustedes, nuevamente, algunas de las reflexiones que nos provoca la nueva Ley de Libre Convivencia, aprobada recientemente en el Estado de Jalisco. He escuchado a personas que, justamente, afirman que tenemos ahora culturas que antes no existían. Dondequiera que se hacen presentes los grupos humanos, se gestan culturas. Somos testigos de qué manera diversos sectores de la Humanidad se van transformando. Sin embargo, una institución como la familia no depende del vaivén de una cultura particular. Las instituciones están sobre las culturas.
Doctrina contundente
En el caso concreto de la Iglesia Católica -que ama, respeta y defiende a la institución familiar- ésta no se identifica con una cultura concreta, porque ya lo indicaba el papa Paulo VI en 1975: la Iglesia debe “alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la Humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de Salvación” (E.N., 20). Y hay que decirlo claramente: la nueva Ley de Libre Convivencia está en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de Salvación.
La exhortación del Papa Paulo VI nos invita claramente a respetar a las personas; para nada aparece una insinuación de rechazo; pero es un deber que se transformen los criterios de juicio torcidos, los valores determinantes, el pensamiento y los modelos de vida con el Evangelio; el Evangelio que no se identifica con ninguna cultura y mantiene su independencia con respecto a todas las culturas. Pero, cuando se fomenta la ruptura entre Evangelio y Cultura, entonces sí se origina un problema.
Cuando el papa Juan Pablo II y los Obispos representantes de los Episcopados de América Latina se reunieron en la Ciudad de Puebla en 1979, hablando de la cultura nos dejaron escrito: “Con la palabra cultura se indica un modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la Naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS53b), de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano (GS53a)” (DP386). Quienes promueven la Ley de Libre Convivencia no pueden ignorar que existe una postura concreta ante las leyes naturales, frente a los demás y ante Dios. Y de acuerdo al cristal con que se mire se darán los valores y los antivalores que expresan y configuran las costumbres, la lengua y las estructuras de convivencia social.
El Estado Laico en México es una buena cosa y es necesario. Un Estado Totalitario no favorece la libertad ni el ambiente democrático. En la tarea de instaurar un Estado Laico puede haber serios peligros. Uno de ellos, y muy notable, es cuando el Estado pretende hacer de la laicidad una cuasi-religión cívica, fuera de toda referencia religiosa o trascendente. So pretexto de la laicidad, el Estado intenta que quede en lo estrictamente privado toda convicción religiosa, sin ninguna repercusión en la vida social. Hay personas que desearían que los discípulos de Jesús -los miembros de la Iglesia- no dijeran nada, no cuestionaran nada; pero, tal vez, no saben que la Iglesia ha sido enviada para anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos. En esta misión que tiene entre manos la Iglesia, sucederá que denuncie, corrija y purifique los desvalores; es decir, aquellos valores que, sin serlo, una cultura determinada los asume como absolutos.
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