¿Riqueza al voladero?
Alberto Gómez Barbosa
Era una muerte anunciada la de Petróleos Mexicanos. Sabíamos que al unirse con un mismo fin las dos fuerzas políticas más fuertes en las Cámaras, decididas a entregar los últimos bienes públicos que le quedaban al país, los energéticos, no habría ya quién pudiera parar esa acción que tanto duele ahora a una, por desgracia, minoritaria fracción de la ciudadanía.
Algo existe en los genes que lleva a los mexicanos a la constante denigración y, con ello, a pensar que la solución de cualquier problema debe venir de fuera. Fueron mexicanos quienes cruzaron el Atlántico para ofrecer, a un Príncipe rubio y barbado, el Trono de México; son mexicanos los que ven, al otro lado del muro infamante, “la tierra de promisión”; son mexicanos quienes han hecho florecer el comercio estadunidense instalado en nuestro país, aduciendo que “todo lo americano es mejor que lo nacional”. No aprendemos, pues.
Desmemoriados
Hubo que sostener una muy dura lucha para arrebatar nuestro petróleo de manos extranjeras en 1938; sólo que entonces el pueblo mexicano entendió la trascendencia de esa decisión, y lejos de permanecer como hoy, en una expectativa indolente que nada aporta a la defensa de nuestros bienes, se volcó espontáneamente a entregar joyas, bienes, ahorros y hasta puerquitos y guajolotes para pagar, entre todos, la “indemnización” a las petroleras extranjeras.
Mas hoy, Reformas mediante, entregamos frívolamente el país. Y no son sólo los energéticos; también están concedidos, para beneficio de extranjeros principalmente: nuestro suelo, a través de la minería tan nociva a cielo abierto; el subsuelo, para explotaciones mineras tradicionales; y ahora también se entrega éste para la extracción de hidrocarburos. Y todo ello, mientras que el campo mexicano, sin los apoyos necesarios, sufre por los cada vez menores precios que mayoristas sin conciencia ofrecen a los genuinos productores, y languidece ante los embates del mismo Gobierno que deja en la indefensión a los campesinos, importando la mayoría de los granos que consumimos y permitiendo a las transnacionales la imposición en el mercado, de sus semillas transgénicas, para hacer al país entero dependiente de todos esos insumos.
Falacias truculentas
A la ciudadanía se le han contado mentiras, tan repetidas y bien armadas -para eso tiene el Gobierno publicistas altamente especializados-, que la mayoría las ha creído inocentemente, sin medir las negativas consecuencias que muy pronto serán vistas y sufridas, sobre todo por esos “tibios”, quienes afirman que “las cosas de la política, ni les atañen ni les perjudican ni les benefician”.
Se le ha contado al pueblo, machaconamente, a través de los Medios, que Pemex es una empresa que genera pérdidas, cuando en realidad se trata de una de las cinco petroleras más prósperas del orbe y la que tiene mejor rendimiento entre sus costos de extracción y los de venta de su petróleo. Que esta empresa cuesta mucho a la Nación, cuando la verdad es que entrega no los impuestos que le corresponderían como a cualquier empresa, sino casi la totalidad de sus ventas al Fisco, apoyando así al gasto público del país con un 32%; hueco que habremos de llenar ahora la mayor parte de los ciudadanos, causantes cautivos, con el pago de nuevas contribuciones.
Lo correcto hubiera sido sacudir a Pemex de la corrupción administrativa y sindical, de esos directores, contratistas y políticos que han saqueado la empresa de manera despiadada, y que pese a ello, ha podido seguir generando riqueza para México, con todo y la sangría de tan enorme corrupción que al país ahoga, no sólo a Petróleos Mexicanos.
Un Gobierno patriota hubiera realizado una limpieza profunda a la empresa, propiciando la resurrección del que fuera el mundialmente prestigioso Instituto Mexicano del Petróleo; rentando, en tanto resurgiera la tecnología propia, la de otros países actualmente más avanzados; aprovechando al máximo la abundancia petrolera refinando combustibles; reviviendo la petroquímica y dejando de realizar la ruinosa práctica de vender chapopote barato, para luego comprar gasolinas carísimas, debido a que se abandonaron nuestras refinerías para depender del extranjero en un paso tan sencillo, pero que hoy nos resulta muy oneroso: la refinación.
La corrupción lo explica todo. Habrá que analizar en conjunto cómo vino marchando este deseo de las transnacionales de apoderarse de nuestra riqueza energética. Las presiones que llevaron a los resultados de las dos anteriores Elecciones. El acomodo de políticos conocidos por su corrupción, pero que no sueltan el pandero, y analizar si como país somos incapaces de administrar nuestra propia riqueza en beneficio de nosotros mismos.
Empero, estas reflexiones vendrían a ser ya como aquellas “Meditaciones para después de la muerte”, porque, al menos por ahora, todo está consumado.
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