Primero, lo esencial
Mtro. Marco Antonio Lôme Soriano
Instituto Juan Pablo II para la Familia
Los anuncios espectaculares y spots comerciales continuamente nos envían mensajes de “Felices fiestas decembrinas”; “Compra y regala aquello”; “Hazlos felices con un súper regalo”, etc., que nos incitan a “consumir”. Y ni qué decir de los Medios electrónicos de Comunicación, que entre spots llenos de escarchas, copos de nieve, renos y Reyes Magos, nos ofrecen “el mejor producto”, y nos reiteran machaconamente esa pregunta: “¿Ya tienes todo listo para la Navidad? ¡Que no te falta nada!”
Ciertamente la Navidad genera ganancias económicas para el país, y cada año se confirma cómo se elevan las ventas en esta época; sin embargo, también siguen creciendo en número las depresiones, los suicidios entre los jóvenes y el estrés generalizado entre los adultos…
La verdad es que hoy estamos inmersos en un mundo consumista que nos enajena. Las antiguas tradiciones familiares que nos ayudaban a prepararnos para la Navidad, como las “Posadas” con cánticos y rezos, se han convertido en reuniones donde abunda el alcohol, el baile, la diversión y la superficialidad. Y es tanto el afán de gastar, que la mayoría de los padres de familia suele sucumbir ante él, con ese reiterado pretexto de “quiero darle a mi hijo lo que yo no tuve”, lo cual se refleja en la adquisición de regalos cada vez más costosos que alimentan ese creciente consumismo, tales como celulares, ipads, pantallas de TV, videojuegos, etcétera, cuando lo que realmente necesitan los hijos es más cariño, afecto y tiempo de atención y diálogo.
¿Qué nos hace falta?
Justamente el Papa Francisco, al abordar el tema de la felicidad en su muy reciente Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, señala: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el Bien. (…) El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares”.
¡Que no nos falte nada! Especialmente lo más importante, lo que da sentido a la Navidad, lo que hace que la Navidad sea Navidad: El Niño Dios. Y es allí donde todo lo demás cobra brillo y sentido, pues en torno a Jesús se encuentra la verdadera convivencia familiar, propia de estas fiestas decembrinas.
Y cuando se entiende esto, realmente lo externo se ilumina para dar cabida a lo espiritual.
Así pues, frente a esta oleada de “consumismo navideño”, quiero ofrecerles estas recomendaciones para “que no falte nada”:
Una corona de Adviento: Nos ayudará a tener presente que nos estamos preparando para el Nacimiento de Cristo. Es una buena actividad que puede hacerse en el hogar, que forma en valores cristianos y fortalece la unión familiar. Las velas simbolizan la luz cada vez más cercana que precede la llegada de Cristo a nuestro mundo.
Un propósito de Adviento: Éste dispone nuestras almas para recibir de la mejor manera posible a Cristo. Nos invita a ser mejores y a ir preparando el pesebre de nuestro corazón con “pajitas” (actos de amor) que acojan al Niño Dios.
Una buena “posada” interior. Mediante ella recordaremos el itinerario que José y María tuvieron que realizar para que Cristo llegara a este mundo. El ambiente propio de esta tradición nos preparará para estar atentos a que, cuando Dios llame a nuestro corazón y nosotros abramos la puerta, una vez que Él haya entrado podamos expresar de muchas maneras la alegría del Evangelio: Dios se ha hecho hombre por amor a nosotros. Y entonces sí…¡que caigan los cacahuates!
Una piñata. Será el reflejo de nuestra lucha contra los malos hábitos, específicamente contra los pecados capitales, erradicados los cuales, harán que nuestra morada esté más limpia y sea más digna para recibir a Cristo.
Un buen aguinaldo. Pero no de dulces ni de dinero, sino de cariño y afecto para nuestros familiares; de solidaridad para los que poco o nada tienen; de generosidad con quienes nos rodean; de alegría para los que sufren o están tristes; de perdón para quien nos ha ofendido. Que el aguinaldo sea lo que nos hemos reservado en el año para dar lo mejor en la recta final.
Entonces, si Cristo es quien da vida a estas celebraciones, podremos decir que en verdad “nada nos falta”, pues Cristo lo tiene todo y lo da todo. Y precisamente en la Sagrada Familia encontramos el mejor ejemplo para preparar nuestros corazones en esta época, frente al consumismo que constantemente nos acosa.
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