viernes, 29 de mayo de 2015

Testigos del Amor

Juan López Vergara

La Madre Iglesia nos participa hoy en la Mesa de la Eucaristía la última escena del Santo Evangelio según San Mateo, invitándonos a reconocer la Gloria de la Eterna Trinidad, cuyo Centro es el Hijo, Jesús Resucitado, quien instituye la misión universal con la promesa de su presencia constante en medio de nosotros (Mt 28, 16-20).

Fieles al llamado
De acuerdo al Primer Evangelio, todo se inició con la obediencia de los discípulos, que creyeron en la promesa de Jesús antes de su Pasión: “Después de mi Resurrección iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26, 32); y en el testimonio de María Magdalena y la otra María, a quienes el Señor Resucitado salió al encuentro y les dijo: “Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 10). Los once discípulos, fieles al llamado, “fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado” (v. 16).

La Fe se fortalece cuando se comparte
“Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban” (v. 17). Esta actitud vacilante muestra que la Misión que Jesús va a confiarles es un don inmerecido. Enseguida, el Cristo glorioso revela el mayor Misterio de nuestra Fe: “Me ha sido dado todo Poder en el Cielo y en la Tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto Yo les he mandado. Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (vv. 18-20). Sorprende que, ante la duda de algunos, el Cristo glorioso responda con la entrañable confianza del envío: la Fe se fortalece al ser compartida.

En y por Jesús, se establece una relación única con Dios
Al principio se conoció un Bautismo ‘en el nombre de Jesús’ (compárense Hch 2, 38; 8, 16; 19, 5); pero muy pronto, en el curso de la reflexión del Nuevo Testamento, se llegó a la fórmula trinitaria de la que San Mateo da testimonio. Esta tradición eclesial es la cumbre de la primera Teología cristiana, cuyo germen podemos constatar en: I Co 12, 4-6. Los Poderes recibidos por Jesús son extraordinarios y revelan que en Jesús y por Jesús queda establecida una relación única respecto a Dios.

Una presencia que no admite barreras
Cristo Resucitado estrecha los vínculos de comunión de su Iglesia con la promesa de su presencia, que no admite barreras y está unida a la Misión de los discípulos y al Anuncio del Reino, que debe proclamarse por todo el mundo.
El primer título que Mateo confiere en su Evangelio a Jesús, es: Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros” (1, 23); y las últimas palabras pronunciadas por el Cristo glorioso son: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (28, 20). El Evangelista configura, así, una inclusión en su obra, que nos exhorta a ser Testigos del Amor de Dios, con la certeza de que “tratar al prójimo desgraciado con amor, es como bautizarlo” (Simone Weil).

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