viernes, 29 de mayo de 2015

¿El optimismo viene a ser un lujo?

Ante la situación actual

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Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.

Cuando era yo joven (sí que ha llovido) era, inconscientemente, optimista. Y aunque no las tenía todas conmigo, puedo decir que el mundo era mío y en él yo reinaba. Mi falta de sentido práctico de la vida no me iba a dar las mieles que esperaba por mi optimismo. Tras el anhelo de un mundo mejor, hubo muchas cosas bellas que no dan cabida a una frustración por no haber logrado algo concreto. Mermadas las fuerzas para seguir intentándolo, mi optimismo se refugió en los otros; en las nuevas generaciones. Seguramente, ellos sí alcanzarían a ver un mundo mejor.
Pero ha pasado el tiempo y no ha sido así. Mi optimismo ha ido diluyéndose. Ahora quisiera, de todo corazón, ser más optimista respecto al porvenir inmediato de la Humanidad, pero no encuentro muchos motivos para el entusiasmo sobre lo que sucede en el planeta.

Escepticismo campante
Enzensberger, Poeta alemán, a sus 87 años, reflexiona: “Siempre hay una posibilidad de ir peor aún. Pero eso también podría ser un consuelo, porque todo podría ser peor que ahora…” Nada optimista el bardo, ¿verdad? Más bien crea un decepcionante escepticismo sobre la capacidad del hombre para reencontrarse consigo mismo y reafirmar sus valores y virtudes sobre sus pasiones y egoísmos.
Para el pensador, el curso de la Humanidad triunfante, tan orgullosa de la Ciencia, la Tecnología y el progreso que la adorna, se transporta en un Titánic. ¡Aguas con el iceberg, está allí, adelante! ¿Qué hacer para evitar la catástrofe? El cambio de rumbo tiene que ver, sobre todo, con los que tienen el Poder.
Se dice que la política nació para redimir, al hombre, de la ‘ley de la selva’, regulando sus instintos egoístas por naturaleza. Pero, a la larga, la perversión de la política viene a reafirmar y a legitimar precisamente ese egoísmo, imponiéndose la ley del más fuerte. Y, ante esa pasmosa realidad, ¿cómo ser optimista?, ¿cómo creer en los falsos profetas que prometen un mundo nuevo a partir de la limpia que supuestamente van a hacer? Brujos jugando con la mentira de la democracia.

Apetito de tener y someter
El abismo del Poder se extiende a través de la Historia de la Humanidad. Nadie lo ha descrito mejor en la Literatura Universal que el Cisne de Avon. En Macbeth, Ricardo III, Falstaff, Shakespeare encierra las inagotables posibilidades del comportamiento humano. Esos personajes son prototipos de la ambición, de la corrupción, de la ausencia total de una ética política. Ese apasionamiento por el Poder, si eliminamos la sangre de la traición y el crimen, está vigente en nuestros políticos.
Ya en un plano nacional, sin embargo, el sistema que nos tiene hartos y nos asfixia, para mantener su predominio, requiere de nuestro voto. Así de sencillo. Sin la mayoría de papeletas a su favor, ellos no son nadie. Pero -y otra vez el pesimismo-, ¿por quién votar si todos son de la misma especie? ¿Por el menos malo, si todos son malísimos y no hay honrosas excepciones que valgan?… Pero hay que votar. Y eso queda a la conciencia de cada uno.
Y en cuanto a la salud de la Tierra y el aprecio por la Naturaleza, ¿qué decir de los poderosos depredadores industriales? ¿Quiénes son los responsables del aumento de la temperatura de la atmósfera terrestre y el emponzoñamiento de tierras, aire y mares? No es posible señalar a los culpables. Están tras bambalinas, manejando a la Humanidad como marioneta. Pero es el caso que todo esto, lo moral y lo material, está descendiendo peligrosamente por una pendiente sin sostén ni esperanza.

Auténtica barbarie
Las noticias del acontecer mundial son nada alentadoras: ese inconcebible y estremecedor crimen infantil de niños jugando al “secuestro” en Chihuahua; todo un pueblo indígena de Colombia, los wayúu, muriendo de sed por una represa en beneficio de transnacionales explotadoras de minas de carbón; el Estado Islámico apoderándose de Palmira, un Patrimonio de la Humanidad en el Desierto de Siria…
Cuando Hitler se apoderó de Europa y proyectó su dominación hacia Oriente y Occidente, el pesimismo del mundo se manifestaba en la decisión extrema de un intelectual austríaco: Stefan Zweig, quien, en compañía de su esposa, se suicidaba en Petrópolis, Brasil, el 2 de febrero de 1942, dejando escrito en su habitación: “Europa, mi patria espiritual, se ha destruido a sí misma”. Y eso no estaba dispuesto a ver con sus propios ojos. Había perdido toda esperanza, todo optimismo. Exagerado, pero cierto.

De fatalismos y liderazgos
Nuestro pesimismo no llega a los linderos del suicidio personal, pero no está lejos del suicidio civil; es decir, de la negativa o la ausencia total en la participación ciudadana para seguir en el juego de la democracia. Y eso porque tampoco se ve una unidad de voluntades para cambiarlo todo. Somos demasiado individualistas, acomodaticios, complacientes con la corrupción y la ineptitud.
Pero, de veras, ¿no hay lugar para el optimismo? Ciertamente, a la orilla del precipicio, el mundo rescató su libertad. Sin embargo, nuevas fuerzas igualmente destructoras han ido apoderándose de la libertad del hombre. Volvemos a ser cautivos de un imperialismo en abstracto. Y no hay manera de rebelarse. De ahí el pesimismo. Para reaccionar, para volver a ser optimistas, el hombre necesita recurrir a lo más claro de su consciencia, al oro purísimo de su espiritualidad.
Para seguir viviendo con optimismo, ¿dónde poner nuestra esperanza? Quizá en la existencia misma. Mientras haya vida, hay esperanza.
Evidentemente, hay rayos de luz en la tiniebla. Una de esas luminarias es el Papa Francisco. Su Pontificado ha llegado en los momentos álgidos de un pesimismo que se hacía rancio. El cambio había que iniciarlo desde adentro de la Iglesia, pasto de jabalíes, y adentro de nosotros mismos, escépticos, titubeantes, desconcertados.
¿Hasta dónde alcanza el pensamiento que define que todas las cosas tienden al Bien y que se impondrán al final, aunque algunas puedan darse mal en el proceso? Tal vez en ese concepto pudiera descansar la esperanza. Y las palabras de Francisco vienen a renovar el optimismo. Ojalá no sea una voz en el desierto; nos lleve a sanear nuestro interior y a obtener la gracia de ver hacia el exterior, con amor, un mundo de redención.

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