jueves, 21 de mayo de 2015

El Espíritu es el protagonista de la Misión

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que la Madre Iglesia nos ofrece hoy, recuerda y celebra que el Señor Resucitado comunica a la comunidad de sus discípulos el Espíritu Santo, impulsor de la Misión que tiene como fin transmitir al mundo entero la paz y la reconciliación lograda por Jesús (Jn 20, 19-23).

Reafirman su Fe y su alegría
La ausencia del Maestro provocó en los suyos gran temor. Estaban con las puertas cerradas cuando “se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’” (v. 19). Nada detiene al Señor de la Vida. Juan resalta la identidad entre el Crucificado y el Resucitado: “Les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría” (v. 20). Las heridas de Jesús se convierten en sus señas de identidad. Jesús obsequia una paz que permite superar el escándalo de la Cruz, y precisamente en el momento de ‘ver al Señor’ los discípulos reafirmaron su Fe y su alegría.

Mensajeros del perdón
Jesús reiteró la paz a sus discípulos confiriéndoles el don del Espíritu y la capacidad de perdonar los pecados: “‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo’. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar’” (vv. 21-23).
Cristo Resucitado obsequia el Espíritu, que efectúa una recreación de la comunidad. Lo mismo que Dios infundió el espíritu de vida en el primer hombre (véase Gn 2, 7), así infunde hoy Jesús el Espíritu a sus discípulos, recreándolos con vistas a su Misión, que consiste en despertar en los demás esa misma vida. Juan califica el perdón de los pecados como aspecto decisivo de la Pascua.
Nuestra Madre Iglesia ha visto en estas palabras de Jesús el fundamento para poder perdonar los pecados por el Sacramento de la Penitencia. La Iglesia nos constituye en mensajeros del perdón.

Configurados en Cristo por la Caridad del Espíritu
Vivimos en el tiempo de la acción del Espíritu, que nos permite, más allá de la Pascua, entrar en comunión filial con Jesús, reconociendo a Dios como Padre y gustando, así, de una vida nueva y armoniosa: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Ga 5, 22). Se trata de acoger la Caridad del Espíritu y de dejarnos configurar por ella con Cristo. “Han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8, 15). ¿Acaso no es la misma oración de Cristo en Getsemaní? (véase Mc 14, 36).
Ser discípulo implica una responsabilidad: prolongar la presencia de Jesús en el mundo a través de su Espíritu, pero siempre con la certeza de que “el Espíritu es el protagonista de la Misión” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 30).

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