jueves, 7 de mayo de 2015

“TepabrilDeCorazónFamiliar”

Fiesta religiosa, fiesta popular

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Texto y Fotos: Pbro. Alberto Ávila Rodríguez

Hay un ingreso a Tepatitlán muy conocido, que es la tradición y el orgullo de esta ciudad alteña de Jalisco. En lo que fueron sus orillas, hay varios monumentos históricos que hablan por sí solos de aquellas tierras. Se levanta majestuoso, a la entrada, un árbol seco al que se le abrazó una Cruz enorme. Ese árbol en la Alameda es un símbolo en la región, pues ahí fue colgado San Tranquilino Ubiarco Robles, Vicario con funciones de Párroco… “es el Santo de Tepa”.
Más adelante, está el “Relicario de la región”, con el que vibran Los Altos de Jalisco y ciudades y poblados de más allá… es el Santuario del Señor de la Misericordia. Devotos y gente que va por vez primera llegando al Templo, pueden conocer historias que les van sorprendiendo de muchas formas al puro mirar… y, poco a poco, hasta el corazón.
Este 27 de abril reciente fue el Aniversario 175 de la presencia de la bendita imagen del Señor de la Misericordia, y las Fiestas tuvieron un toque singular para la comarca. Atrapa las calles y la atención de la gente una Solemne Peregrinación; los carros alegóricos, son un enorme pizarrón bíblico con belleza y encanto para toda la población y visitantes venidos de muchos lugares.

Relato testimonial
“…he estado enterado de la Fiesta del Señor de la Misericordia desde que estuve en Pegueros de Vicario, entre 1980 y 1985, mas nunca había tenido oportunidad de participar, observar, gozar, analizar las expresiones religiosas y sentirme uno más del pueblo fiel”. Habla el Párroco, señor Cura Emiliano Valadez Fernández, de esta Fiesta tan entrañable.
Un esmero y delicadeza aparece en cada uno de los personajes que figuran en los carros alegóricos. Personajes y adornos son una catequesis total, una lección bíblica cada uno de ellos. Es la música de fiesta; la procesión marcial gratifica los días de espera; son la novedad de los arreglos, los participantes; el entorno de las familias, la espera de un año a otro; pero, sobre todo, la Fe profunda que, por supuesto, al presente tiene sus embates y bemoles, no tanto en sus raíces, sino en sus expresiones, subraya también el Cura de la Parroquia madre de Tepatitlán.
“En aquellos años, el Párroco de San Francisco coordinaba los eventos festivos que tenían que ver con la influencia en la ciudad: recorrido, temas de los carros, visita de la imagen peregrina a las Parroquias, peregrinaciones parroquiales. En comunión con los Sacerdotes del Decanato y en el Consejo de Pastoral Decanal, se afinaban los detalles”.
Sin duda, la Pastoral de toda una Comunidad y Región es la fuente principal de preocupación y de organización de este espacio festivo y celebrativo de las Fiestas de una Ciudad. Los Sacerdotes y Grupos de Pastoral hacen una aportación de primer orden para llevar adelante estos eventos festivo-religiosos.
Es esencial este quehacer e injerencia de la Comunidad, pero “la participación de Sacerdotes y Agentes de Pastoral es parte medular, porque si eres tomado en cuenta en la planeación, se reflejará en la realización y en la evaluación. En aquellos años, el Decanato de Tepatitlán era más amplio que ahora porque comprendía también Pegueros, Capilla de Guadalupe, Mezcala, Acatic, Capilla de Milpillas; toda la comarca que se ve fuertemente motivada por la Fiesta del 30 de Abril. Ahora, el crecimiento de la población nos ha urgido a reorganizar los Decanatos…”.

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Contagiosa efervescencia
Llegan a la cita de la fiesta religiosa alteña, en esta Diócesis bendecida con la presencia de la Virgen de San Juan de los Lagos: vecinos, amigos de amigos, norteños expatriados. Por supuesto, este hervidero de Fe y las multitudes crean también oleadas colaterales de vendedores de toda especie, a la par de muchísima gente fervorosa que también le nombra la “fiesta de afuera”.
Reflexiona el Padre Emiliano: “Tener un Santuario en la Ciudad es un privilegio. Es el lugar de encuentro con el Señor de la Misericordia y con los demás. Pero también debiera ser lugar de encuentro para los Sacerdotes de la Ciudad con los fieles que acuden a la iglesia. El Templo y sus afanes no es tarea particular del Rector del Santuario y sus dos colaboradores, sino responsabilidad de todos los Presbíteros. El Santuario debería ser asumido como Centro de Evangelización y Catequesis, y como centro litúrgico de alta calidad por parte de todos los Sacerdotes. El reto a futuro es, seguramente, organizarnos para participar más eficientemente en el Santuario”.
Las imágenes, la fiesta, la música, plegarias llenas de lágrimas y también de gratitud.

Algo de historia

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Este hermoso Cristo, ¿de dónde viene… cuál es su historia… por qué tanta gente lo quiere…?
Fue un humilde campesino que descansaba cierta tarde de 1839, tras haber concluido sus labores campiranas, recargado en la rústica pared exterior de su choza del Rancho El Durazno, con la mirada perdida en la lejanía, cuando, al oscurecer, vio brillar una luz intensa, que juzgó sería un horno de carbón, de esos que ardían las 24 horas del día los 365 días del año en el Cerro Gordo, para alimentar las incandescentes gargantas insaciables de los fogones tepatitlenses, que acabaron por consumir el gran robledal que circundaba a la ciudad, y se extendía por muchos kilómetros a la redonda. Don Pedro no estaba de acuerdo con semejante depredación, y se prometió investigar, a la mañana siguiente.
Apenas amaneciendo, se encaminó al cerro, y por más que buscó, no encontró vestigio alguno ni de cenizas ni de carbón: allí no había ningún horno.
La tarde siguiente volvió a ver brillar la luz misteriosa, y se fijó muy bien hasta ubicarla, y por la distancia y la dirección, pensó sería en la Barranca de Las Varas, una de tantas gargantas del cerro, azulosas en la lejanía.
Caminó el largo trecho que lo separaba del lugar y buscó minuciosamente, sin encontrar nada revelador. Se sentó sudoroso a descansar bajo la fronda de un encino, haciéndose cruces acerca de lo que había visto y no encontraba ni rastros.
Dejando vagar la mirada en un último intento, vio con ligero asombro que el tronco y dos ramas de un encino formaban una cruz casi perfecta, y al acercarse, creció su sorpresa cuando creyó ver toscamente delineada la figura de un Crucifijo. Observando con mayor atención, su asombro se convirtió en estupefacción al constatar que efectivamente estaba trazada la imagen de un Cristo.
Corrió presuroso a su jacal para dar la noticia a su mujer, y recabando su hacha, cortó el madero con la intención de llevárselo a su vivienda, pero fue imposible moverlo porque sus fuerzas y las de su esposa, reunidas, no bastaban para mover el enorme peso. En vista de ello, acudió a su compadre en demanda de una yunta de bueyes, misma que le fue prestada, aunque con renuencia, porque su receloso vecino no dio crédito a sus palabras.
Lo acompañó, sin embargo, y en el camino, éste sufrió un fortísimo cólico. Don Pedro le dio a masticar una cascarita de la encina, y sanó instantáneamente. Engancharon los animales al tronco, pero no pudieron moverlo por más que se esforzaron los cuadrúpedos. Creyendo que se hubiera atorado en cualquier obstáculo, hicieron girar el madero, de manera que el Cristo quedó hacia arriba, y de inmediato pudieron avanzar. Sólo entonces el compadre pudo apreciar la imagen y se quedó pasmado de asombro.
Pocos días después, acertó a pasar por esos andurriales un par de forasteros, en busca de cuadros de Santos para retocar, y gentilmente se ofrecieron a tallar una escultura, siguiendo las líneas grabadas en el tronco. Terminado su trabajo, se esfumaron sin siquiera esperar las gracias, y don Pedro jamás volvió a verlos, creciendo con esto el amor por “su Cristo”.

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