jueves, 30 de abril de 2015

Ser discípulos de Jesús

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia ofrece en la Mesa de la Eucaristía un pasaje del Evangelio según San Juan, donde el Evangelista formula su visión eclesiológica mediante un discurso metafórico de cómo se funda la comunidad: Jesús es la ‘vid verdadera’ que ha ocupado el lugar del pueblo de Israel, y su Palabra la fuente permanente de vitalidad cristiana (Jn 15, 1-8).

El vínculo con Jesús es esencial
El segundo discurso de despedida empieza con la alocución: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador” (v. 1). En el Antiguo Testamento, la vid es imagen del pueblo de Israel (compárense Is 5, 1-7; Jr 2, 21). La declaración de Jesús debe entenderse como un discurso de revelación cristológica, que trata de la nueva Comunidad de Salvación: la Iglesia, fundada por Jesús, ‘la vid verdadera’.
La verdadera viña de Yahvé es la comunidad de los que se adhieren a Jesús. Sólo pertenece al viñedo del Padre el que permanece unido a Jesús: “Al sarmiento que no da fruto en Mí, Él [el Padre] lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (v. 2). El acento de la frase no está en la expresión ‘dar fruto’, sino en el ‘en Mí’, que se repite cinco veces en texto (compárense vv. 2. 4. 5. 6 y 7). El vínculo con Jesús es esencial y conduce a la fecundidad.

Permanecer en la Palabra de Jesús
La Palabra de Jesús es el principio dinámico de purificación: “Ustedes están purificados por las palabras que les he dicho” (v. 3). El encuentro con la Palabra nos coloca en la decisión de creer. La ‘poda’ significa la purificación por la Palabra de Jesús, por la opción que nos impone. En la Fe se opera esa limpieza, que hace posible dar fruto (compárese Hch 15, 9).

El don brota de la llamada
El don está al comienzo: la Palabra de Jesús. El ‘dar fruto’ no ha de entenderse como un logro humano. Del don brota la llamada: “Permanezcan en Mí y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en Mí” (v. 4). Sólo la unión con Jesús tiene la promesa del ‘mucho fruto’, mientras que la separación de Él comporta la infecundidad radical (véanse vv. 5-6).
¿En qué consiste esta unión vital con Jesús? En permanecer en su Palabra, en oración confiada (véase v. 7). Esto se evidencia en el amor fraterno: “En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). La Palabra de Jesús y el Amor son los criterios por los cuales debe regirse la Iglesia, y con los que debemos colaborar. “La Gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos” (v. 8). Agradecidos, demos gloria a nuestro Padre Dios, comportándonos como auténticos discípulos de Jesús.

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