Texto y Foto:
Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
Se enjugó los ojos y salió a la calle;
el sufrimiento ya casi saturaba su confianza;
la enfermedad, la pobreza, la soledad, eran
más fuertes que sus cortas convicciones cristianas.
Por todos lados brotaba el desconsuelo
en su corazón maltratado.
Los rumbos del sufrimiento a veces van al parejo
de las distancias entre el hogar y lo extraño.
Había pasado la noche de la Santa Cuaresma.
Se asomó como con demasiada timidez la Primavera.
Las noches claras con su Luna Llena de la Semana Mayor
amortiguaron el dolor de tanta carencia.
Llegarían las flores pascuales,
anunciadas ya con las palmas del Domingo de Ramos.
La Cruz se adornó de fiesta;
la madera, rematada de verde,
cantando algarabías en desuso.
Se acumularon los ramos, las veladoras;
amontonamiento de alegría en racimos estrujados.
Y entonces fue capaz de decir sus oraciones.
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