jueves, 23 de abril de 2015

Primero, curar el corazón del hombre

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Considerando que la corrupción, “al inocularse en las estructuras de servicio público se transforma en delincuencia organizada” (Del documento “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga vida digna”, No. 46), el Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado Mexicano publicó, el pasado 17 de febrero, el Comunicado “¡Alto a los corruptos!”, con el objeto de brindar un aporte en momentos cruciales en los que en la Cámara de Diputados se iniciaba la discusión sobre la legislación anticorrupción.
Haciéndonos eco de lo expresado por muchos ciudadanos y organizaciones de la Sociedad Civil, nos hemos pronunciado por la Reforma de Leyes y la creación de Instituciones que, de forma integral, coordinada y en tiempo real, prevengan, identifiquen, investiguen y modifiquen situaciones o condiciones que propicien la corrupción; sancionen oportunamente a los corruptos y hagan realidad el resarcimiento de los daños causados.
Como sucedió en el caso del Mensaje “¡Basta ya!”, el Comunicado “¡Alto a los corruptos” tuvo una acogida favorable en amplios sectores eclesiales, mediáticos, sociales, e incluso legislativos, como fue el caso del Lic. Miguel Barbosa Huerta, quien en su calidad de Presidente de la Cámara de Senadores, ha invitado formalmente a la Conferencia del Episcopado Mexicano a mantener una interlocución oficial. Por acuerdo del Consejo Permanente, se ha enviado ya al Senado una propuesta sobre los elementos que, de faltar, harían del combate a la corrupción un simple maquillaje.
Somos conscientes de que la solución a las dificultades del tiempo presente que nos afectan a todos los mexicanos exige múltiples operaciones conjuntas; por un lado, mecanismos de contención -mediante medidas jurídicas y técnicas- para evitar que los problemas sigan creciendo y extendiéndose; y por otro, atajar las causas que los producen.
A este respecto, es oportuno recordar lo que señalaba el Concilio Vaticano II: “Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano” (Gaudium et spes, No. 10). Cuando el hombre se aleja de la verdad, que en definitiva es Dios, termina por reducirse a sí mismo y a los demás a nivel de objeto, que puede ser usado y descartado.
Frente a esta dramática situación, “Cree la Iglesia que Cristo, Muerto y Resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación… Bajo la Luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la Creación… habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época” (ídem).

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