jueves, 23 de abril de 2015

¡Basta ya una formación religiosa que no brote del Evangelio!

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que la Madre Iglesia dispone hoy en la Eucaristía, revela a Jesús como el verdadero Pastor de Israel y de todos los pueblos, imagen cristiana del Mesías, cuyo sentido pleno aparece únicamente a la luz de la Pascua (Jn 10, 11-18).

Jesús nos comunica la Vida
Jesús afirma: “Yo soy el Buen Pastor” (v. 11a). La metáfora enlaza con una tradición milenaria. Dios es el Pastor que en los tiempos mesiánicos suscitaría un Pastor elegido por Él (compárese Ez 34, 23). Al declararse el Buen Pastor, Jesús plantea una reivindicación mesiánica. Es el verdadero Pastor porque es bueno y su bondad radica en “dar la vida por sus ovejas” (v. 11b). Es la fórmula soteriológica más importante en San Juan: Jesús dio en la Cruz su vida por nosotros. No se refiere solamente a la vida física, sino a la Vida de Dios que Él nos comunica.

Un conocimiento vital
En contraste, el pastor que está asalariado y que no tiene afecto más que a su paga (véanse vv. 12-13). ¡Qué entrañables palabras: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mí, así como el Padre me conoce a Mí y Yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas” (vv. 14-15)! Jesús conoce a su Padre y acepta con gratitud ser Revelación suya en el mundo. Las ovejas conocen al pastor, y el pastor conoce a las ovejas. Este conocimiento remite al conocimiento mutuo que tienen el Padre y el Hijo, y no alude a ciertos contenidos, sino a un intercambio de vida, a un conocimiento vital.

La salvación es para todos
Jesús declara: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (v. 16). La reunificación es muy importante (compárense Jn 11, 52). La identidad cristiana no es cerrada, sino abierta; no es autosuficiente, sino comunicativa. El amor, que es la vida divina, comunicada por el Padre en la donación del Hijo, se realiza de forma ejemplar en la Iglesia, pero no se restringe a ésta: “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (I Jn 2, 2). La salvación operada por y en Jesús es para todos.
Jesús revela: “El Padre me ama a Mí porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; Yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre” (vv. 17-18). Es un acto de generosidad absoluta. De ahí esa serena majestad, esa plena libertad de Jesús ante la muerte (compárese Jn 18, 4-8). Jesús, al dar su vida con divina soberanía, nos enseña que sólo tenemos lo que damos, porque “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
El Santo Evangelio que la Madre Iglesia dispone hoy en la Eucaristía, revela a Jesús como el verdadero Pastor de Israel y de todos los pueblos.
¡Basta ya de una formación religiosa que no brote del Evangelio! (Carlos Carreto)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario