P. Sergio A. Córdova
Fuente: Catholic.net
La semana pasada meditábamos en la realidad del desierto como imagen y camino de la vida cristiana. El Evangelio de este domingo nos ofrece un escenario distinto, pero que es como otro símbolo paradigmático de nuestro itinerario cuaresmal: la montaña.
En el lenguaje bíblico y espiritual, la montaña, al igual que el desierto, es un lugar privilegiado para la oración y para el encuentro personal con Dios. El Sinaí, el Horeb, el Tabor, son nombres de las montañas más sagradas que nos recuerda la Biblia. En ellas tuvieron lugar acontecimientos decisivos del diálogo de Dios con los hombres. Eventos de Alianza, de Salvación, de Revelación Divina y de Redención.
La montaña, al igual que el desierto, es un lugar de silencio, de soledad, de apartamiento del mundo y de las cosas de la Tierra. Exige un esfuerzo fatigoso de “subida” hacia Dios. Allí arriba se está más cerca del Cielo. Quizá por eso, Nuestro Señor quiso escoger también una montaña para realizar los eventos maravillosos de su Transfiguración: el Tabor.
Imposible comentar, en espacio tan escaso, algo tan sublime. Pero, al menos, quedémonos con este mensaje: en esta Cuaresma Jesús nos invita a subir con Él a la montaña para encontrarnos a solas con Él y para descubrirnos los secretos inefables del Misterio y de la Gloria de su Divinidad. Pero se necesita hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios. Y necesitamos también “subir” y dejar abajo las cosas de la tierra: el egoísmo, la vanidad, la sensualidad, nuestros propios vicios y pasiones; en una palabra, todo aquello que nos estorba para ir hacia Dios. Todo esto es parte imprescindible del camino cuaresmal. Sólo dejando el peso insoportable del pecado podemos subir. Y, una vez arriba, en la montaña, contemplaremos el rostro bendito de Cristo y escucharemos la voz del Padre, que nos invita a seguir a su Hijo. ¿Por cuál camino? Por el de la Cruz. No hay Gloria si no viene precedida antes por la Pasión y la Muerte. Sólo así, muriendo al hombre viejo y pecador que hay en nosotros, tendremos vida eterna. Por la Cruz llegaremos a la Resurrección.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario